Punto de Fisión

Bajarse en tanque al moro

Me escribe mi corresponsal particular en Alemania, Ramón Aguiló Obrador, porque le da mucha pena de que no lleguen a España las noticias pata negra y prefiere que se sepan. Por ejemplo, hace cosa de una semana un periodista puso en aprietos al portavoz del Ministerio de Exteriores, Martin Schäfer, al preguntarle si le parecía bien que el gobierno alemán le estuviera vendiendo armas a Qatar, en concreto, tanques Leopard. La respuesta de Schäfer no pudo ser más germánica: "Un tanque de este tipo no es como una nevera, que funciona simplemente conectándola a un enchufe. Los tanques son productos altamente complicados que requieren una interacción óptima entre hombre y máquina". Sic.

Hay varias formas de interpretar este comentario y ninguna buena. Eso sí, todas dan mucha risa. La primera es imaginarse a un oficial de blindados del ejército de Qatar llamando por teléfono a la fábrica de tanques Leopard para repetir el número de Gila. "¿Está el señor Otto, el ingeniero? Que se ponga. Que el tanque que nos han vendido, de color bien, pero que no sabemos dónde está la llave de arranque. Estamos disparando el cañón con la bala por fuera, o sea, uno hace el ruido y otro corre con el obús en brazos. No sabemos hasta dónde alcanza porque en seguida se cansa y lo suelta. Así que de momento estamos usando un enano montado en un Seiscientos y lanzando insultos por la ventanilla. No mata, pero desmoraliza. Por favor, la próxima vez que nos envíen un pedido tan caro, hagan ustedes el favor de mandar también un folleto".

Otra variante, claro, es interpretar la respuesta en clave de la tradicional xenofobia alemana, la que han reservado siempre a judíos, turcos, moros, gitanos, griegos y demás subespecies más o menos mediterráneas. Desde este punto de vista, que acabó inaugurando Treblinka, los soldados qataríes se van a quedar rondando el tanque Leopard como los simios de Kubrick el monolito negro: unos se subirán encima, otros golpearán las cadenas con palos, mientras el más listo de todos -según apunta Martin Schäfer con clásico humor teutón- buscará un cable y un enchufe. No sería la primera vez que una dictadura amiga en Oriente Medio compra a precio de oro tecnología bélica con el único fin de hacerse fotos. En El Sha (su impresionante reportaje sobre el tirano iraní, colocado a dedo en el poder por ingleses, franceses y yanquis) Kapuscinski cuenta que Reza Pahlevi se compró una flota entera de cazabombarderos estadounidenses sólo para posar al lado con la barbilla bien alta y sacar luego una colección de sellos. Cuando los instructores extranjeros se marcharon, los aviones ya no volvieron a despegar del suelo, porque en todo el país no había un solo aviador adiestrado para pilotarlos. Permanecieron criando polvo en el desierto y convirtiéndose pacientemente en chatarra, como el régimen del Sha y la política exterior estadounidense en la zona.

Hay una tercera línea de interpretación, sí, pero para desarrollarla habría que hacer un esfuerzo extra de imaginación y suponer que la tecnología militar que los países de la OTAN venden sin el menor escrúpulo a las dictaduras criminales del Golfo termina -por culpa de un malvado genio de la lámpara- en manos de los terroristas del Estado Islámico. Igual que aquel príncipe saudí al que trincaron con dos toneladas de anfetaminas disimuladas en el turbante en un aeropuerto del Líbano. Entonces a lo mejor alguien podría explicar, digamos, cómo es que un avión ruso acaba hecho migas después de ser alcanzado por un misil en pleno vuelo. Sin enchufe ni nada. Menos mal que eran tanques Leopard y no de la Volkswagen.

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