Punto de Fisión

Salamanca sí lo presta

Lo he contado alguna vez: años antes de que la Complutense nombrara doctor honoris causa a Mario Conde, la Universidad Autónoma de Madrid, siempre más modesta, concedía el mismo título a Krysztof Penderecki. Era a mediados de los ochenta, yo estudiaba en la Autónoma y tendría unos veinte años cuando asistí a la ceremonia en honor del gran compositor polaco; unos días más tarde, en el Teatro Real, él mismo dirigía una de sus obras maestras, la Pasión según San Lucas. Me encaramé a lo más alto del teatro, la entrada más barata, pero gracias a unos prismáticos pude vislumbrar las ondas sísmicas de la partitura justo antes de que Penderecki desencadenara el fin del mundo de un zapatazo en el suelo. Desde el impresionante aullido inicial del coro (O crux) y la conmovedora plegaria del barítono (meus Deus) hasta la escalofriante secuencia del Stabat Mater, las razones del nombramiento de Penderecki fueron dibujándose en la bóveda del Teatro Real una tras otra.

Poco después, en 1993, la Universidad Complutense concedía el doctorado honoris causa a Mario Conde, aunque nadie podría explicar muy bien por qué motivos. ¿Por la invención del pelotazo? ¿Por lo bien que le sentaba la gomina? ¿Por el modo tan elegante en que iba a desvalijar Banesto? En la ceremonia en honor de Penderecki estuvieron presentes el rector y algunas otras autoridades de la Autónoma, varios profesores y unos cuantos músicos y alumnos. Calculo que no habría más de medio centenar de personas en la sala. En la que encumbró a Conde estaba toda la pomada del momento, de Cela a Fernández Tapias y de Polanco a Anson, pasando por el embajador de Israel, Shlomo Ben Ami, y por quien se les ocurra. En lo más alto de la pirámide estaba el rey Juan Carlos I, gran amigo suyo, de quien Conde contaba anécdotas tan íntimas como que había días que le llamaba seis veces, la última a la una de la mañana, y Conde respondía al rey que estaba echando un polvo.

-¡Cómo que estás echando un polvo! ¡Jajajajaja, qué cabrón!

-Pero, señor, ¿qué se puede hacer si estás despierto y a la una de la mañana? Pues echar un polvo.

No, la lectura no era el fuerte de Mario Conde, por eso se entiende menos aun la histórica felación que una de las mayores instituciones académicas españolas le proporcionó a aquel banquero chulesco y prepotente. Ayer el Consejo de Gobierno de la Universidad Complutense decidió, con un voto en contra, la retirada de su título de doctor honoris causa. La noticia es que todavía lo tuviera. Los consejeros de la Complutense han esperado a que Mario Conde se reformara entre rejas, aprovechando su estancia para apuntalar una provechosa carrera de escritor, moralista y filósofo a ratos, y luego han elegido el mejor momento para revocar la distinción, justo cuando acaba de ingresar otra vez en prisión a ver si se saca un módulo de FP.

Si le ocurre una segunda vez lo de salir y entrar al trullo, a Mario Conde podrían retirarle también el graduado escolar. Como en el caso de Díaz Ferrán o de Rodrigo Rato -que ganaron también sus correspondientes bonetes en diversas tómbolas culturales del país- la trayectoria de Conde muestra una vez más el peculiar sistema de intereses del mundillo universitario español, el mismo por el que nuestros mejores cerebros tienen que marcharse al extranjero después de hacer un máster en poner copas. Eran doctorados honoris causa de alquiler. La historia de estos banqueros y empresarios fuera de la ley agraciados con la lotería académica demuestra que aquí, lo que natura no da, Salamanca sí lo presta.

 

Más Noticias