Punto de Fisión

El caso Torrente

El caso Torrente

Resulta que un montón de usuarios de Filmin han decidido darse de baja después de que la plataforma anuncie que ha adquirido la saga completa de Torrente. Me parece una reacción completamente exagerada, algo así como romper la tarjeta de una biblioteca al descubrir en los anaqueles, no sé, las obras completas de Ana Rosa Quintana. O incluso alguna novela mía, que todo puede suceder. Con lo fácil que es seguir disfrutando del maravilloso catálogo de Filmin y no ver ninguna película de Torrente. Durante el confinamiento, por ejemplo, yo he visto varias películas de John Cassavetes, varias comedias magníficas de Dino Risi y Luigi Comencini, un par de joyas de Campanella, tres o cuatro obras maestras del nuevo cine coreano y diversos clásicos de Kurosawa, Bergman, Buñuel, Renoir y Huston.

Uno de mis grandes descubrimientos, sin duda, ha sido Inside No. 9, una fabulosa teleserie británica obra de los cómicos Steve Pemberton y Reece Shearsmith, cinco temporadas con episodios independientes de media hora plenos de inteligencia, humor negro y poesía, que a veces evocan a Black Mirror y otras a Historias para no dormir, aunque creo que el conjunto resulta netamente superior a ambas. Es una verdadera lástima despreciar toda esa belleza sólo por considerar que Torrente es un personaje repugnante o por las opiniones desafortunadas de su creador, Santiago Segura, en los últimos días.

En efecto, la equidistancia que predica Segura desde las redes sociales (esos mensajes de concordia y reconciliación en medio de un montón de muchachitos alzando el brazo con el saludo hitleriano y una bandera franquista a la espalda) da bastante grima. Recuerdan esas chorradas asimétricas de "ni machismo ni feminismo" o "ni Ku Klux Klan ni negros" que vocean ciertos comentaristas sin un dedo de frente. Tal vez a Segura se le haya ido la mano con el personaje y se haya dejado usurpar por Torrente, lo mismo que le ocurrió al pobre Lugosi con Drácula, que en los últimos tiempos hasta dormía en un ataúd y se arropaba con la capa de vampiro.

También es una pena porque Torrente nació como un ectoplasma paródico de todo lo detestable que subsiste en nuestra derecha y nuestra extrema derecha: el franquismo impertérrito, la mugre intelectual y moral, el machismo irredento, la bandera del pollo. Antes de ocupar el parlamento con medio centenar de diputados daba la impresión de que Torrente simbolizaba a cualquiera de los líderes de Vox sin necesidad de palillo en la boca; ahora que son capaces de llenar la Castellana a bocinazos, más todavía. Con guiños a la picaresca y a Rabelais, entre bromas bastas y humor escatológico, José Luis Torrente representa un cierto modo de ser español que hemos visto en los últimos tiempos a lo largo y lo ancho de toda la sociedad española, entre políticos, periodistas, empresarios, aristócratas y peatones, en el bar, en la calle, en la sede del partido. Lo hemos visto en el comisario Villarejo y su afición a revolverse por las cloacas; en el ministro que iba a depilarse las ingles con una tarjeta black a las tres de la mañana; en un ejecutivo de la Coca-cola reconvertido en diputado de zarzuela. La última vez hablaba por la boca de una señora marquesa en el congreso, fíjate qué cosas.

 

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