De cara

Las salvajadas que algunos llaman anécdota

Sucede al menos una vez al año. El Real Madrid visita San Mamés y su guardameta debe asistir sin ninguna protección al lanzamiento constante de objetos sobre sus inmediaciones, soportar el vuelo de todo tipo de proyectiles, desde botellas de plástico hasta escupitajos. Especialmente cuando el balón le obliga a aproximarse o cuando un saque de puerta le invita a tomar carrerilla. El sábado cayó cerca de Casillas una navaja abierta. La complicidad aparece de diferentes formas. Los árbitros miran con desinterés la imagen. Los jugadores del Athletic hacen como que no se enteran. Los futbolistas del Madrid se resignan en silencio. Los cronistas se olvidan. Los restantes rincones de la grada contemplan sin más la lluvia. Los periodistas locales luego dicen que no es para tanto, que desde otros sectores del campo se aplaude al rival. Las viejas glorias no ven más terror en Bilbao que en otros campos. El Comité de Competición calla. Y Antiviolencia no actúa.

Es la ley de San Mamés. Una costumbre, una tradición, un ingrediente más del juego que disfraza de normalidad las salvajadas, que convierte lo grave en anécdota. Es el miedo a tomar medidas contra un fondo conflictivo pero localizado, contra un puñado de energúmenos que campa a sus anchas, contra unos hinchas que a base de terror han encontrado licencia para todo. El fútbol no se lo toma mal. A lo sumo suelta un suave ‘qué pena’, un tímido ‘esto perjudica a todos’. Pero los violentos siempre salen impunes. Siempre. Ayer se reunió Competición. Los ataques contra Casillas y su territorio recibieron más atenuantes que agravantes: una multa. Ya son historia. Hasta el año siguiente, cuando el Madrid vuelva por Bilbao y su portero tenga que someterse a un nuevo pim pam pum. Una piedra, un bote, un cuchillo, un petardo. Lo que sea. Esa gente jamás pide permiso. Y mucho menos perdón. Son los amos.

Más Noticias