Fuego amigo

Cuando quería dejar de fumar

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Tras el debate que habéis tenido ayer sobre la Ley antitabaco y sus consecuencias, me preguntaba cómo era yo cuando fumaba, y cuál sería mi postura hoy si todavía fuese un drogadicto. Porque fumé la friolera de 30 años, desde los 14 a los 44 años de edad. Por suerte o por desgracia para mí, voy dejando rastro de mi pensamiento, no siempre lineal, no siempre consecuente,  como mi propia vida, como un diario íntimo compartido desde los medios en que fui publicando columnas de opinión. El 11 de mayo de 1989, hace casi 22 años, escribí una columna en el diario La Gaceta de los Negocios, de la que era Redactor Jefe, en la que explicaba mis angustias por mis numerosos intentos fallidos para dejar de fumar. Se titulaba "Un día de estos dejo de fumar", y os la reproduzco a continuación para que comprendáis el porqué de una de mis meditaciones favoritas: "Cada día no creo en menos cosas". Ahí va. Empiezo a quitarme la ropa.

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Una de mis mayores obsesiones es dejar de fumar. En ello invierto buena parte de mis energías. Lo he intentado tan a menudo como veces me he matriculado en clases de inglés, mi otro vicio inconfesable. De esto último fui curándome a fuerza de recordar que mi taylor ya era suficientemente rich, mientras yo perdía dinero y tiempo a espuertas. Sobre todo, tiempo. Porque, como dice un amigo mío, los anglosajones disfrutan de más tiempo de ocio que los españoles porque no tienen que echar horas extraordinarias en aprender inglés.

 

Lo del tabaco, en cambio, no tiene nombre, porque los daños que produce en mi organismo y en mi cuenta corriente dan la imagen exacta del  soplapollas irrecuperable que soy. Y si no, ya me dirán: tardo dos horas en dormir, presa del insomnio; al levantarme, me espabilo entre una tormenta de toses y gran aparato de esputos que me retuercen la figura durante una hora; hacia el mediodía, después del primer paquete, me entra un mareo de embarazada ñoña que ya empieza a ser la comidilla de mis compañeros de trabajo.

 

El médico se pone apocalíptico conmigo, con la misma técnica jesuítica con que nos amenazaban con el infierno, cuando todavía existía, en los ejercicios espirituales. "La nicotina y los alquitranes impiden la oxigenación de la sangre, provocan jaquecas, dificultan la correcta síntesis de los alimentos, embetunan los alvéolos pulmonares y te apuñalan el corazón".

 

Entre tanta desgracia todavía me quedan luces para echar cuentas de que al año me gasto 144.000 pesetas en Wiston, un full rich (como mi taylor) tobacco flavor blend of USA, perfectamente empaquetado en un crush proof box. A esto hay que añadir otro gasto adicional: cada vez que dejo de fumar -unas cuatro o cinco veces al año- sigo el consejo de los manuales y me deshago de todo lo que pueda recordarme al vicio supremo. Regalo, entonces, los dos cartones que guardo en reserva, y regalo también el encendedor de plata con mis iniciales y una leyenda que, pacientemente, mi mujer viene repitiendo desde tiempo inmemorial: "Para que te acuerdes de mí".

 

De esta manera, montones de amigos míos cuando encienden voluptuosamente un cigarrillo se acuerdan de mi mujer. Y eso es lo que peor llevo de este vicio repugnante"

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Al año siguiente, gracias a un médico especialista en grandes drogadicciones, logré quitármelo de encima. Y todavía lo echo de menos. Al tabaco. Del especialista no recuerdo ni su nombre.

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