Fuego amigo

Estás que arrebatas, preciosa

Leí el otro día que la Comunidad de Madrid organizó un "concurso de piropos" (que ya va por su cuarta edición), en el que participaron 157 usuarios de residencias de ancianos de la región. Es la constatación de que el piropo ya sólo habita en la gente mayor y en el andamio. El requiebro, que tanta literatura castiza alumbró y que tanto juego dio en las zarzuelas, fue durante siglos el más genuino marchamo del "Spain is different", sólo compartido, con menor fortuna, por algún que otro país mediterráneo. Yo soy de los que piensan que la modernización de España sobrevino cuando el macho ibérico dejó de piropear, cuando el requiebro, de ser la natural manifestación del ingenio del macho ibérico pasó a la categoría de simple acoso, grosería machista y pura agresión verbal.
Cuando yo era un jovencito, se aprendía a ser mayor cuando te fumabas los primeros pitillos y te atrevías con el primer piropo, no siempre ingenioso y casi siempre patoso. Ambas cosas fueron para mí un sufrimiento. Con mi primer cigarrillo tuve mi experiencia más cercana a la muerte (o así me lo pareció), con vómitos, diarrea y una palidez que me duró varias horas. Con mi primer piropo recibí la primera bofetada de todas las que luego habría de recibir de las mujeres de mi vida.
Aparte de mi primera víctima, no conservo un recuerdo claro de cómo se lo tomaban las destinatarias del galanteo verbal; supongo que la mayoría con desagrado, aunque más de una con agradecimiento. El machismo enquistado en determinados estratos sociales ha necesitado históricamente de la complicidad, del consentimiento, cuando no del aliento, de la víctima. Como en las familias numerosas de entonces, donde las niñas ponían y recogían la mesa, hacían las camas y cocinaban, mientras los niños reposaban sus partes varoniles tan ricamente en la butaca reservada al rey de la casa. La víctima del piropo que respondiese con una sonrisa no hacía otra cosa que dar aliento y legitimidad a lo que desde la perspectiva de hoy nos parece simplemente una agresión.

Me ha resultado extraño que un organismo oficial resucitase aquella costumbre, si bien de forma festiva. Me vino de pronto a la cabeza la España de caspa pinturera de mis años mozos, de un machismo sociológico cuyas consecuencias aún hoy estamos pagando.
Cuando, además, consigamos entre todos que nadie escupa en las aceras, creo que ese día España se habrá incorporado a la modernidad definitivamente.
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(Meditación para hoy: a la alcaldesa de Marbella, Marisol Yagüe, la policía la ha pillado en la cama presuntamente haciendo cochinadas con malversación de caudales públicos, cohecho, tráfico de influencias y maquinación para alterar el precio de las cosas. ¡Santo cielo, la cantidad de gente que cabía en esa bacanal! Parece que la fiscalía anticorrupción se ha tomado en serio lo que los ciudadanos de este país sospechábamos desde hace muchos años. Parafraseando a Einstein: ¡Qué tiempos estos en que es más fácil desintegrar el átomo que el ladrillo! La cosa me hace pensar que algún político que yo me sé, de esos que han venido a la política para forrarse con el ladrillo, a estas horas debe de estar poniendo sus barbas a remojar.)

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