Fuego amigo

Hay que elegir entre la cara y el culo

Hace unos días recorté de la prensa un anuncio misterioso que decía: "Aviso sobre la marca comercial Botox®... La marca no debe ser utilizada para referirse a productos de otras compañías, y debe utilizarse exclusivamente para designar el producto fabricado por Allergan Inc."
Le pregunté a mi chica: Oye, ¿tú sabes qué es eso del Botox®? (yo se lo dije en mayúscula, como en el anuncio, pero ella me lo oyó en minúscula). Y me contestó con otra pregunta, porque sabe que es la mejor manera de desarmarme: "¿Pero en qué mundo vives? El botox es ese mejunje que se inyectan las duquesas y las actrices mayores para quitarse arrugas de la cara".
Por si acaso, llamé al señor Google y le pregunté: Usted disculpe, ¿qué coño es eso del Botox? Y como este buen señor lo sabe casi todo, me dio un cursillo acelerado sobre el tratamiento mágico que "plancha las arrugas o líneas de expresión entre las cejas y otros músculos faciales porque paraliza los músculos". ¿Cómo que los paraliza? ¿Acaso se ha vuelto usted tonto, señor Google? "No, Manolito -me replicó-, los paraliza temporalmente, impidiendo que podamos mover la piel sobre ellos. Cada tratamiento dura entre 4 y 6 meses. Se trata de una proteína que se extrae de las bacterias clostridia botulinum que causan el botulismo, una enfermedad mortal. De todas las toxinas producidas por esas bacterias sólo una puede ser utilizada con fines terapéuticos".
Mientras la noticia planchaba mi cara de asombro, como la proteína botulínica, mi chica me cantaba una extensa lista de mujeres famosas y famosillas a las que se les supone verdaderas adictas al Botox (adictas a una infección, ¡manda uebos!), esas mujeres de cincuenta, sesenta y setenta años que parecen hoy más jóvenes y lozanas que el día de su boda, aunque la parálisis de los músculos faciales les impida casi hablar. Mi madre, una cristiana resignada a envejecer, no sabía de otro método para estirar la piel de la cara que engordar. Por eso siempre decía a sus amigas aquello de "hijas, a nuestra edad hay que elegir entre la cara y el culo".

Cuando yo dirigía la revista Ciudadano, por el año 78, recibí una carta de la compañía Rimmel® (también con mayúscula) conminándome a que, en adelante, cuando escribiéramos acerca del mejunje que sirve para alargar las pestañas, nos abstuviéramos de llamarle rimmel, pues se trataba de una marca registrada. Yo les contesté cortésmente que era imposible, que no podíamos andar haciendo el ridículo anunciando, por ejemplo, un análisis comparativo de "potingues viscosos para alargar las pestañas", o bien, como dice el RAE, "cosmético para ennegrecer y endurecer las pestañas", porque induciría en mis lectores serias dudas sobre mi estado mental, porque la palabra rímel era ya patrimonio del lenguaje, como el tebeo quedó para siempre como sinónimo de historieta dibujada (hasta que, por cierto, apareció cómic y acabó con la pequeña historia de toda una generación).
Al idioma castellano se han ido incorporando decenas de nombres comerciales para designar nuevos productos, y la fuerza del genio del idioma, como diría Alex Grijelmo, acaba arrasando el buen nombre de cualquier marca registrada. Si mi madre viviera se llevaría una alegría al saber que a determinada edad (no sé por qué le dicen "determinada", cuando es la más indeterminada de las edades, de tanto ocultarla) ya no era imprescindible elegir entre la cara y el culo.
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(Meditación para hoy: recomiendo a la extrema derecha que no se olvide de seguir tomando la medicación. No hay que relajarse ni los fines de semana.)

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