Persona, animal o cosa

TELEVISIÓN - Más allá del bien y del mal.

Berto Romero

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En 2004 trabajaba en Radio Nacional, Ràdio4, haciendo un programa de humor. En uno de nuestros gags imaginábamos un reality-show llamado "Violeta muerta 24 horas". En él, un equipo de televisión instalaba cámaras en el ataúd de una folclórica ficticia recién muerta, la tal Violeta. Los telespectadores podían seguir el proceso de descomposición del cadáver y los amigos de la famosa opinaban sobre ello en un encendido debate nocturno. Macabra y exagerada, la broma señalaba el miedo a la implacable expansión del morbo catódico y más concretamente, identificaba la última frontera en cuanto a violación de la intimidad: la mismísima muerte. 

Esta misma semana el recuerdo de "Violeta muerta 24 horas" acude a mi mente ante la noticia del próximo estreno de un programa en que una médium hará de enlace con los (supuestos) espíritus de famosos ya fallecidos. En esencia, viene a ser lo mismo que planteábamos en broma hace siete años. Únicamente sustituyendo el gore físico por el ético. También, no hace mucho, pude ver en la tele cómo se le practicaba una ecografía en directo a una presentadora que está embarazada.

Ambas ideas, independientemente de la audiencia que las justifique y el buen/mal gusto con que se lleven a cabo, coquetean con la violación de los únicos dos espacios que aseguraban la absoluta protección de la privacidad. Alguien que ni siquiera ha nacido todavía (y a quien por supuesto no se le ha preguntado su opinión) ya puede ser visto por la gran masa voyeur ávida de emociones. Alguien retirado por fin del mundanal ruido puede ser interpelado (si es que se puede hacer eso, claro) de nuevo ante las cámaras.

Pese a honrosas y esforzadas excepciones, el itinerario a seguir por el medio parece estar desgraciadamente marcado desde sus inicios. Recientemente cayó en mis manos una recopilación de artículos de Josep Pla con el nombre de "Humor, candor...". En uno de ellos, escrito en Nueva York nada menos que en 1955, reflexionaba sobre el entonces incipiente fenómeno de la televisión. Decía: "Los intelectuales más equilibrados me han asegurado que este espectáculo  contribuirá decisiva y definitivamente a la cretinización de la gente. (...) En realidad, creo  que toda esta sorna que destilan contra la televisión –y a la cual me he adherido explícitamente- no afectará en nada a la marcha ascendente de este espectáculo, el éxito del cual, ya prodigioso, llegará a ser inmenso".

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