A ojo

La globalización

Un detallado artículo le dedica la revista británica The Economist a un ex-agente secreto soviético reconvertido, tras el hundimiento de la URSS, en traficante de armas moldavo, tajiko o ucraniano (no se sabe muy bien, pues al parecer dispone de cinco pasaportes), residente en Rusia y que actualmente espera en una cárcel de Thailandia su extradición a los Estados Unidos por haber intentado venderles cohetes tierra-aire comprados en Bulgaria a las guerrillas de Colombia.
La revista enumera algunos de los negocios del traficante en cuestión, llamado Viktor Bout. Ha sido proveedor de clientes tan variados como la Al Qaeda islámica y el Pentágono norteamericano, los talibanes afganos y sus adversarios de la Alianza del Norte, las dos facciones enfrentadas de la guerra civil de Angola, los independentistas tamiles, los ya mencionados guerrilleros colombianos, los "señores de la guerra" de Sierra Leona, de Somalia , de Liberia y de Bosnia. Y, por lo visto, aceptaba todas las formas de pago de la legalidad y la ilegalidad planetarias: dólares, diamantes o cocaína.

Aunque el caso es llamativo, no sorprende demasiado. Todos los traficantes de armas saben que cada guerra suele tener por lo menos dos participantes, es decir, dos clientes potenciales. Lo mismo que el señor Bout hacen las grandes potencias fabricantes de armamento pesado y los países intermedios que exportan armas livianas: la China, los Estados Unidos, Argentina, Bélgica. Lo notable del artículo es que, como de pasada, revela que Bout redondeaba su negocio brindando, además de elementos bélicos, ayuda humanitaria. Destinada tanto a las organizaciones no gubernamentales como a las oficiales de las Naciones Unidas.
Digo que la información es notable, pero lo cierto es que tiene razón la revista en no darle demasiada importancia. Es natural: quien está en guerra necesita para sostenerla, además de balas para herir al enemigo, vendajes para las propias heridas de bala.

Más Noticias