Apuntes peripatéticos

Pocas luces

Trato de visitar el yacimiento iberorromano de El Cabezo de Alcalá de Azaila, uno de los más notables del país. Pero hay que desistir. Ruge un viento rabioso y caliente que azota la cara y hace casi imposible andar. No he conocido nada comparable. Cubre todo el paisaje una espesa calina. Huele a bosque quemado. Pienso en Herculano y Pompeya, en aquella mortífera erupción del Vesubio.

Antes de reemprender viaje pongo la radio y me entero de que media provincia de Teruel está en llamas. Y observo lo que he observado tantas veces: que aquí, hasta que no se haga noche oscura, y sean cuales sean las condiciones metereológicas adversas, la gran mayoría de los conductores no pone las luces. Un piloto sensato lo hace cuando llueve, o en condiciones crepusculares, no tanto para ver como para que le vean (por detrás y por delante). O sea, para evitar accidentes. Como medida de precaución elemental. ¿O no es así?

Entre Azaila y Alcañiz la calina se hace más tupida. La carretera tiene muchos tramos rectos con repentinos declives traicioneros. El peligro es indudable. De los primeros cien coches y camiones que vienen hacia mí sólo 20 llevan puestas las luces. Los de color oscuro son prácticamente invisibles. Si es verdad que somos como conducimos, y lo creo, ¿a qué conclusión se puede llegar en este caso? ¿Que el 80 por ciento de los conductores, se supone que gente normal, no sabe comportarse al volante en función de las condiciones imperantes? ¿Que consideran gilipollas a quienes lo hacen? ¿O que se trata de una nación de temerarios y de potenciales suicidas? Pido exégetas.

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