Aquí no se fía

La tomadura de pelo de los Presupuestos

La pelotera que se ha montado en la Comisión Europea a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado español para 2016 no hace más que confirmar la colosal chapuza que el Gobierno ha perpetrado con ellos. Mariano Rajoy se empeñó en finiquitarlos a toda costa antes de las elecciones, no para tener ese trabajo adelantado si vuelve a ganarlas, sino para condicionar al que venga después si las pierde. Se va a convertir así en el primer presidente de la democracia que aprueba cinco Presupuestos en una sola legislatura, pese a que ésta –como establece la Constitución– no durará más de cuatro años.

Lo ocurrido en Bruselas, sin embargo, no tiene nada que ver con las prisas de Rajoy y tampoco con el legado dudosamente democrático que dejará a su sucesor en el caso de que no sea agraciado con un nuevo mandato. El problema es que los técnicos de la Comisión se han dado cuenta de que se trata de unos Presupuestos que no se sostienen, pues el Gobierno ha querido quedar bien al mismo tiempo con los profetas de la consolidación fiscal y con aquellos a quienes va a pedir dentro de nada que metan en las urnas una papeleta con su nombre.

Después de habernos dado por todas partes durante cuatro años, la única salida de Rajoy era llegar a las elecciones generales con las espaldas cubiertas por claros síntomas de recuperación, y en esa estrategia la presentación de unos Presupuestos pretendidamente expansivos jugaba un papel fundamental. De ahí que alguien tan comprometido con las políticas de recortes como el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, haya abierto esta vez un poquito la mano con el gasto, en un rasgo de flexibilidad impensable en él si las políticas del PP no tuvieran que someterse a reválida antes de que acabe el año.

Las duras críticas contra los Presupuestos lanzadas el lunes por el comisario de Asuntos Económicos y Financieros irritaron al Gobierno de Madrid, que en público intentó restarles importancia, pero bajo cuerda hizo llegar sus quejas a las más altas instancias europeas. El francés Pierre Moscovici había hablado de "riesgo de incumplimiento" de los objetivos de déficit por parte de España, cosa que ponía en entredicho la estrategia de Rajoy, y no se podía tolerar semejante afrenta. El propio presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, fue el encargado de desautorizar a Moscovici, que por lo menos tuvo luego la decencia de no decir digo donde había dicho Diego.

A algunos les puede parecer esto un simple incidente chusco, otro más en una institución que en general está demostrando una preocupante propensión a actuar tarde y mal, como ha quedado de manifiesto en la crisis de los refugiados y en la muy grave también de Volkswagen. Pero no es sólo eso. Bruselas (y, sobre todo, Alemania) no podía dejar con las vergüenzas al aire a uno de los discípulos más aplicados de los mentores de las políticas de austeridad. Y menos aún cuando Rajoy va a jugarse el tipo en las elecciones previstas para el 20 de diciembre. Si para que salga airoso del envite hay que mirar para otro lado y arrinconar la verdad, si hay que tomar por tontos a los españoles, pues se hace y en paz.

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