Balagán

Asad

El egipcio Nabil al Arabi, secretario general de la Liga Árabe, ha pedido al presidente Bashar al Asad que detenga inmediatamente la represión de las protestas en Siria, una represión que ayer volvió a cobrarse decenas de víctimas en todo el país.

El régimen de Damasco se encuentra en un callejón sin salida, y aunque el Ejército está mostrando una gran cohesión parece que ha llegado el momento de que Asad deje el cargo y se vaya al exilio. El único país que lo puede acoger con garantías es Irán. Si se queda en casa, existe un gran riesgo de que acabe como Ceausescu.

Otros dos aliados, Rusia y Turquía, le están dando la espalda. Ankara y Moscú le sugirieron primero que llevara a cabo reformas políticas, pero ahora parece que se han dado cuenta de que se ha cruzado el Rubicón y no es posible dar marcha atrás.

Siria es un país complejo y difícil de gobernar. Asad sucedió a su padre en 2000 anunciando reformas económicas y políticas, pero con el tiempo se dio cuenta de que eso no era posible, al menos si el régimen quería sobrevivir. Reformas implicaban e implican una caída del Baaz con todas sus consecuencias, incluido el ajuste de cuentas. Así que Asad se echó atrás.

El único camino que le queda por delante al presidente sirio es reprimir una protesta tras otra. Lleva así desde marzo. Al principio era una actitud explicable, pero ahora no. El futuro del país será muy incierto, tanto si él sigue al timón como si no.

La desaparición de Asad abrirá un periodo de gran incertidumbre y probablemente de gran violencia, a corto o medio plazo. Los ganadores serán Israel y Arabia Saudí, por este orden, y probablemente los perdedores serán los ciudadanos sirios, Irán y Hizbola, por este orden, si es que se cumple el pronóstico de la violencia sectaria.

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