Monstruos Perfectos

Lecturas de verano IV: Un verano sin folclóricas

Leía ayer en El Mundo, en su página Cultura/Toros (olé ahí ellos), unos versos de Leopoldo Alas que su amigo José Infante prefirió no leer el sábado en su funeral: "La muerte nos acecha pero sé/ que algún sentido tiene esta hermandad". Unos versos fulminantes que cerraban una crónica de la despedida del poeta que compartía página con otra crónica, la de una faena torera ilustrada con una fotografía de José Tomás a hombros; ese suicida sanguinario que canjeó rumores homosexuales por una novia en una caja rápida del Carrefour, quiere ser Manolete, confunde a Sabina con García Lorca y a sí mismo con Sánchez Mejías, que no sé si le encuentra algún sentido a esa hermandad de la muerte. Ni lo sé, ni me importa demasiado, ni es un asunto que me parezca propio para esta columna de verano al sol y con lecturas que lo mismo sirven para darme un buen pie que para protegerme del sol en esta azotea madrileña de hotel con piscina de agua gélida donde he venido a pasar esta semana.

Me protejo los ojos del sol con las últimas páginas del Derrumbe de Menéndez Salmón, echo un vistazo de vez en cuando a los periódicos del día que el resto de clientes va dejando, húmedos, tirados en las tumbonas, y en ellos me encuentro con la estampa repetida de un trío de doñas por decreto: Sofía, Letizia y Leonor a bordo de un velero, las tres con gafas oscuras, en un plan sólo de chicas. Reina, princesa e infanta en alta mar balear, desesperado recurso de famoserío nacional polarizado al que este verano nos aferramos, sin nada mejor que echarnos a la boca, sin folclóricas de pro con lentes oscuras (y dentadura) panorámicas a la carrera por una terminal de aeropuerto o por las calles marbellís. Ya es mala suerte. Para un verano en el que puedo cumplir mi sueño de toda la vida y escribir una crónica estival, me encuentro con este erial de famoserío patrio.

"El mal no encuentra justificación en su existencia. El mal no necesita prueba ontológica, ni reducción al absurdo, ni fe ni profetas. El mal es su propia expectativa", leo en los diarios del asesino de la novela de Menéndez Salmón. Tremendo. Cierro un libro un momento para digerirlo y, en lugar de asumir esa verdad terrible, caigo de repente en cuenta de que José Infante, el amigo de Leopoldo Alas, es el mismo que trabajó durante años al lado de Letizia Ortiz en Informe Semanal, el mismo que publicó poco antes de la boda de la princesa el libro ¿Reinará Felipe VI? y quien afirmó en algunas entrevistas promocionales que la futura reina era "muy ambiciosa, que quería llegar a lo más alto". No me digas más.

¿Pensar sobre la maldad? Qué pérdida de tiempo. Mejor reflexionemos sobre la relación existente entre el fervor que despierta José Tomás entre la intelectualidad mediática española y el declive veraniego de las tonadilleras, que han cedido su pasión torera a los cantautores y su rol de maniquís de gafas de sol a la familia real. Qué mal, qué decadencia, qué país.

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