Monstruos Perfectos

Todo es un homenaje

Tiemblo cada vez que algún modistucho de tres al cuarto presenta una colección que anuncia como un tributo a
Audrey Hepburn, a Sofía Loren o a Marilyn Monroe. Eso siempre significa que se le ha ido la mano con la dosis de cursilería, los cortes neorrealistas ruralones o el brillerío ultraceñido y transparente. No falla.

Lo mismo que cuando los directores de cine se encomiendan a Alfred Hitchcock –lo cual siempre justifica un guión con unas lagunas donde podría habitar la familia política del monstruo de Ness–, o los novelistas a Marcel Proust –aterrador aviso de que el editor no metió la tijera donde y cuando debía, y sobran por lo menos cien páginas–, los pintores a Andy Warhol, los directores de periódicos al Watergate, los escultores al riquísimo legado de la artesanía popular –que suele ir acompañado de un sentido homenaje al Libro Guiness de los Records, donde podría aparecer su botijo, probablemente el más caro de la historia de la humanidad–, y los músicos pop a los sonidos que acompañaron su adolescencia –en un 99% de los casos eso significa que no nos libra nadie del machacón sintetizador–.

Desconfío de todos ellos. Casi tanto como de aquellos que cuando llega el desamor pretenden actuar a lo cine de Ingmar Bergman y terminar de manera civilizada, pero acaban rindiendo su particular homenaje al peor Douglas Sirk o a patéticos momentos Ozores. Lo sé porque me acuerdo. Y no volverá a pasar.

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