Con negritas

Blesa y la propiedad de la presidencia de Caja Madrid

El asalto a Caja Madrid no sólo ha puesto en claro la dificultad de ESPERANZA AGUIRRE, que tanto predica el liberalismo, para ser coherente a la hora de dar trigo. Ha demostrado también que MIGUEL BLESA, quizás porque lleva demasiados años en la presidencia, se cree con derecho a permanecer en el cargo hasta que quiera. Eso y no otra cosa puede deducirse de la defensa numantina que está capitaneando y de los argumentos que desde su entorno se han aireado para justificar el ardor guerrero con que se desenvuelve en el campo de batalla.

Quizás olvida Blesa los orígenes de su nombramiento, que se remontan a los albores del primer Gobierno del PP, allá por 1996. Un triunfante JOSÉ MARÍA AZNAR se había propuesto colocar a gente de su confianza al frente de las grandes corporaciones situadas en el ámbito de influencia del poder político. Y Blesa, en ese contexto, reunía las condiciones adecuadas para recalar en el puente de mando de una de las instituciones financieras más codiciadas de España.

Había compartido piso con Aznar en los lejanos tiempos en que ambos velaban sus primeras armas como inspectores de Hacienda en La Rioja. ¿Qué más se le podía pedir? A JUAN VILLALONGA, solo por haberlo tenido como compañero de pupitre en el colegio, el flamante inquilino de la Moncloa habría de confiarle de la noche a la mañana el timón de Telefónica.
Blesa, por tanto, llegó a Caja Madrid sola y exclusivamente porque pertenecía al círculo de amistades de Aznar, aunque lo que ha hecho desde entonces merece valoración aparte. Caja Madrid puede hablarle hoy de tú a tú a cualquiera dentro de su sector y tiene un peso equiparable al de entidades que están entre lo más granado de la banca. Ha dado un salto adelante en toda regla, al que no ha sido ajeno, obviamente, el concienzudo trabajo de Blesa.

Pero una cosa es que tenga derecho a que se reconozcan sus éxitos y otra muy distinta que eso le confiera carta alguna de propiedad sobre la presidencia. Lo que le están pidiendo es que ceda el asiento, como se lo cedieron a él cuando las tornas cambiaron a su favor. Blesa llegó a donde está porque lo señaló con su dedo quien entonces manejaba los hilos del poder y no tiene por qué rasgarse las vestiduras ante el proceder de quien ahora los maneja.

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