Punto de Fisión

Otra clase de poli

En el episodio piloto de The Shield, a la policía del distrito de Farmington, en Los Angeles, se le acaba el tiempo para descubrir el escondrijo donde languidece una niña cuyo padre la ha vendido a una red de pederastas por un puñado de crack. Después de estrellarse en los interrogatorios contra el principal sospechoso, un astuto médico que conoce muy bien sus derechos, el comisario Aceveda se tapa la nariz y decide recurrir a Vic Mackey. Vic entra en la sala de interrogatorios armado de un mechero, una guía de teléfonos y un cúter. "¿Qué es eso?" dice el sospechoso. "¿Eso? Eso es lo que voy a usar para hablar contigo". El hombre sonríe y pregunta si es el poli malo. "El poli bueno y el poli malo ya se fueron" dice Vic, en una frase marca de la casa. "Yo soy otra clase de poli".

Cuando Vic empieza a usar las manos, Aceveda, asqueado, apaga la televisión. Entonces, en medio de la elipsis, el espectador sufre una de esas convulsiones morales que son la espina dorsal de la serie: por un lado, le repugna el modo en que Vic extrae la confesión a golpes; por otro lado, no hay nada que desee más. En el medio, perdida en un brutal torbellino de violencia, se esconde la duda metódica que es la raíz misma del trabajo policial: ¿y si ese hombre fuera inocente? Entonces, ¿qué?

He vuelto a recordar esa escena de The Shield al asistir al linchamiento verbal y mediático desencadenado por el descubrimiento de que los huesos encontrados en una hoguera eran restos humanos, muy probablemente restos de los niños desaparecidos. De inmediato las primeras voces denostaron la labor de los forenses mientras desde fuentes policiales admitían que sí, que se trataba de un error garrafal. Luego venían las descripciones pormenorizadas de todo el aparato de sádicas torturas a las que someterían al principal sospechoso del caso, José Bretón, el padre de los niños. Torturas no muy diferentes a las que quizá los mismos jurados populares someterían a los implicados en el asesinato de Marta del Castillo. Puede que la instrucción policial en ambos casos haya sido bastante chapucera, pero resulta curioso que el linchamiento sea la solución, el primer mecanismo que salta de la mentalidad popular.

El trabajo policial es un complejo rompecabezas jurídico que incluye un delicado proceso de investigación, una penosa recopilación de pruebas hasta lograr una acusación en firme, pero en ocasiones el ansia de venganza nos ciega y entonces pedimos un atajo, una buena mano de hostias, un interrogatorio a puerta cerrada con un mechero, una guía de teléfonos y un cúter. Sí, a veces necesitamos otra clase de poli. Uno que no se equivoque nunca, que haga al mismo tiempo de detective, de fiscal y de juez. Tal vez porque el cine y la tele nos tienen acostumbrados, tal vez porque durante décadas en España fue el principal método policiaco: sin abogados, sin derechos, sin garantías judiciales, sin errores, directamente a la verdad.

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