Punto de Fisión

Abortando a ETA

El ministro del Interior suele tener problemas cuando emerge al exterior. Le plantan un micrófono en la boca y en seguida suelta lo primero que se le ocurre. Relacionó ETA y el aborto porque le preguntaron a traición en esos momentos preliminares de la rueda de prensa, cuando aún barajaba mentalmente la introducción y las meninges no estaban bien engrasadas. Los cables pelados de la psique ministerial hicieron el resto. Fue una auténtica suerte que no le preguntaran por la infanta Cristina, por Mourinho o por el Opus Dei, porque entonces podíamos haber tenido titulares fastuosos: "Mourinho tiene que ver con ETA pero no demasiado".

Apremiado por el reloj, el ministro no tuvo tiempo para desarrollar su tesis, con lo cual no nos queda más remedio que especular por nuestra cuenta. ¿Qué quiso decir en realidad? ¿Que hay que abortar a ETA? ¿Que los médicos abortistas son todos batasunos? ¿Que un feto muerto de dos meses tiene los mismos derechos que una víctima de ETA? ¿Que los seis detenidos en Francia tendrían que haber sido abortados? ¿Que los abortos son equiparables a las masacres etarras? ¿Que el atentado a Carrero Blanco fue un aborto en diferido? ¿Que ETA nació en una clínica clandestina? ¿Que los escraches son raspados en el útero político?

Hace unos días expulsaron a una concursante de Gran Hermano por hacer un comentario de mal gusto sobre el regreso de ETA. La Milá, sus sesudos tertulianos y todos los responsables de ese teleteatro hecho por y para deficientes mentales se rasgaron las vestiduras ante una broma absurda que, en el peor de los casos, viene a demostrar que el terrorismo etarra ya sólo sirve para hacer chistes malos. Al poco llega el señor ministro del Interior, se sube al estrado, frivoliza otra vez sobre ETA y todos piden su dimisión. Lo lógico, creo yo, sería pedir que lo metan en la casa del Gran Hermano, ese habitat artificial donde un supernumerario del Opus Dei daría mucho juego. Sobre todo en el confesionario.

Jorge Fernández Díaz ha bajado el listón de la política española del suelo a dos metros bajo tierra, más o menos el nivel donde las víctimas del terrorismo se habrán quedado mudas con su ingenio. Pero también ha revelado a luz de los focos la cruda verdad, a saber, que el gobierno de Mariano al completo es otra edición del Gran Hermano, desde un presidente teledirigido hasta un manojo de ministras que parece trasplantado desde la cocina de Guadalix de la Sierra. Gran Hermano sigue esparciendo mierda en la pantalla por la misma razón que el PP hace lo propio en la pantalla y fuera de ella: a la gente le gusta y no hay más que hablar. Esto tiene algo que ver con el aborto pero no demasiado.

 

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