Punto de Fisión

Mariano atómico

Los japoneses están más que acostumbrados a las catástrofes repentinas. Les tiran la bomba atómica (dos mejor que una), les visita Godzilla, les sacude un terremoto, se les chafa una central nuclear... Por eso, que Mariano aterrice en el archipiélago no debería alterar sustancialmente las agujas de los sismógrafos. Un amigo que fue corresponsal en Japón durante un tiempo me contó que la primera vez que acudió a un restaurante en Tokio se produjo un ligero temblor de tierra, no demasiado grave pero sí lo bastante perceptible para sacudir platos, copas y palillos. Le llamó la atención entonces el modo en que los japoneses observaban la mesa de occidentales: muy serios, sin quitarles el ojo de encima. Mi amigo aguantó el seísmo a puro huevo, comiendo sushi como si no pasara nada, decidido a no mostrar temor ni a dar la nota. Pensé que a lo mejor estudiaban la reacción de los extranjeros con la misma curiosidad que esos soldados acostumbrados a vivir bajo el fuego enemigo y que ya no saben detectar el peligro. Recordé el célebre caso de aquel restaurante donde empezó un incendio, los camareros huyeron y toda la clientela siguió zampando hasta que se acabó asando viva porque nadie quiso exagerar y echar a correr el primero. Tal vez los comensales japoneses esperaban el momento en que uno de los occidentales se levantara gritando para sucumbir definitivamente al pánico. En Fukushima pasa igual: nadie quiere iniciar la estampida.  

Dicen que Mariano es el primer líder occidental que se acerca (relativamente) al desastre de Fukushima. No nos extrañaría nada que los japoneses lo estuvieran utilizando como conejillo de indias para experimentar los efectos de la radiación en un político a pelo. Primero lo colocaron ante el emperador para comprobar las condiciones de flexibilidad del sujeto y la verdad es que Mariano no se inclinó ni poco ni mucho. Llegan a poner a Pujalte (Pilates Pujalte, como lo llama mi gran amigo Rafael Martínez-Simancas) y se toca los tobillos con la punta de la nariz, da tres cabriolas hacia atrás, dos vueltas de campana y se posa haciendo la postura del loto.

Al final, como no se le meneaba más que la barba, empaquetaron a Mariano en un tren bala, lo llevaron a Fukushima y lo fueron empujando desde el andén con una pértiga para que inaugurase una exposición de pintura. Los japoneses ya sabían que Mariano, de pintura, más bien poco; lo querían sobre todo para la exposición. Para exponerlo a la ducha de neutrinos, a ver qué ocurría. De momento no ha ocurrido nada, ni a él ni a los neutrinos. Es más: un nuevo vertido de agua radiactiva cae al mar y Mariano asegura que no hay motivo de alarma, que son sólo unos hilillos de uranio, que él se pega un baño debajo de la central con el mismo bañador que llevó Fraga en Palomares. Una lástima que no visitara Japón en el verano de 1945, porque fijo que se pone unas gafas de sol y se tumba a fumarse un puro bajo el sol champiñón de Hiroshima.

 

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