Punto de Fisión

Gordo y burro

Si es verdad el principio informativo según el cual noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro, se entiende el revuelo que ha causado el hecho de que un gordaco de ciento cincuenta kilos haya aplastado a un pollino mediante el expeditivo procedimiento de subirse encima. Más noticia y mejor hubiera sido que el pollino, un animalito de apenas cinco meses, hubiera sobrevivido a esa experiencia extrasensorial, hubiese desmontado al gordaco a coces y le hubiese marcado las pezuñas en plena cara para toda la vida, que es lo que se merecía, por imbécil. En un país donde todos los días abandonan perros en las cunetas y matan gatos a pedradas, el maltrato animal no es la excepción sino la regla.

Comprendo que la expresión gordaco pueda causar susceptibilidad, pero como yo en navidades rondo fácilmente los cien kilos, puedo hablar sin problemas en primera persona. Aunque en este caso, la verdad, me resulta más fácil ponerme en el lugar del burro. Conozco poetas gordacos de similar tonelaje que son un primor y desconfiaría inmediatamente de cualquier cocinero que pueda atarse el delantal sin ayuda. Yo mismo llevo toda la vida estudiando para gordaco pero no me atrevo a dar el paso definitivo, siempre ando con yogures, bicicletas y tonterías, a pesar de que un amigo de ciento treinta kilos me advirtió una vez: "Un gordo en la cama es algo único. Yo siempre proporciono dos orgasmos: uno cuando me pongo, otro cuando me quito".

El sobrepeso es algo que preocupa sobremanera a nuestros políticos, lo demostró la semana pasada el presidente consorte de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, cuando dijo que el auténtico problema de los niños madrileños es la obesidad, no la pobreza ni la desnutrición infantil, a pesar de lo que digan las cifras de Cáritas. El problema es ese niño gordaco que siempre hay en los colegios y que se lo come todo: los platos de los otros niños, los postres de los otros niños, la merienda de los otros niños y hasta los bocatas del recreo. Y para darle la razón a González, un angelito de ciento cincuenta kilos se trepa encima de un pollino para hacer una gracia y lo parte en dos, como en los viejos tiempos de Churro, media manga, manga entera.

Nietzsche, que tantas y tan brillantes diatribas escribió contra la compasión, se lanzó una vez a abrazar a un pobre caballo caído al que el cochero estaba reventando a latigazos. "Hermano, hermano" murmuró Nietzsche, ya al borde de la locura, con lágrimas en los ojos. Sospecho que esta triste pareja del burro y el gordo esconde una metáfora que se me escapa, una enseñanza que va más allá de la mera burricie del gordo abusón y del sufrimiento inenarrable de un animalito al que, desde que nació, habían molido a palos. Sospecho que en esta historia, como en toda historia que nos conmueve, hay algunos que nos identificamos con el burro y otros con el gordaco jockey; que algunos, quizá la mayoría, hemos nacido para ser burros de carga y otros para ser presidentes de la Comunidad de Madrid por lotería. Los burros en España siempre han tenido muy mala suerte, hasta el punto de que a Cervantes se le escapó uno en el Quijote y nunca fue a buscarlo. Creo que ese borrico humano de dos patas ha reescrito el libro de Platero de una sola sentada y la ha reducido a una sola línea: "Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos". Fin.

 

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