Punto de Fisión

Mariano juega al ajedrez

Juan Benet decía que él escribía novelas sin argumento, que escribirlas con argumento estaba tirado y que eso no tenía ningún mérito. Este desprecio por las convenciones narrativas llegó al colmo con Una meditación, libro que escribió en un artilugio que consistía en una especie de rollo de papel continuo que le impedía volver atrás y consultar lo escrito, una dificultad a la que él añadió la pirueta de calzársela en un solo párrafo. Una de las pocas veces que accedió a cortejar al gran público fue con una novela de corte policíaco, El aire de un crimen, con la que se llevó el disgusto de quedar finalista del Premio Planeta y el bochorno de vender más de cien mil ejemplares. Un éxito que, para alguien como él, era casi una afrenta.

Lo que ha quedado en el parlamento tras la resaca de las elecciones se parece no poco a una novela de Benet, o mejor dicho, al caos que pululaba en su cabeza cuando se quitaba el uniforme de ingeniero y subía al cuarto de arriba -su guarida de escritor- poseído por la inminencia de un paisaje cernido de montes hoscos, arroyos deshilachados, bosques impenetrables, pastores homicidas, escopetas oxidadas y bromelias color de sangre. En la Región de Juan Benet, como en el parlamento tras el 20-D, no sólo no se sabe lo que va a pasar sino tampoco si va a pasar algo. El reparto de escaños recuerda a la paradoja del zugzwang, esa posición del ajedrez donde la obligación de jugar supone, para uno de los dos rivales, un mal movimiento, un empeoramiento de la situación y, a la larga, una derrota.

Aunque Mariano es más de dominó con jubilados, si jugara al ajedrez seguramente se identificaría con el rey, la pieza más importante y también la que menos se menea. Escudado tras su mayoría absoluta, con el centro y tres cuartas del hemiciclo dominadas, al presidente Mariano, durante cuatro años, no le ha hecho falta moverse mucho. Le bastaba alzar una ceja para aprobar recortes, dispensar tijeretazos, subir impuestos, desguazar la sanidad o saquear el fondo de pensiones. Sin embargo, dada la disposición de fuerzas y el atrincheramiento del enemigo, la batalla dialéctica que se avecina es bien diferente y al rey Mariano no le va a quedar más remedio que esforzarse y recorrer el trazado político a todo lo largo y ancho del tablero.

El tablero, de hecho, es tan inestable, que quizá al ganador de las elecciones ni siquiera le salga a cuenta haberlas ganado. Ahora mismo la postura más cómoda, la de menor desgaste, es atrincherarse tranquilamente en la oposición y disparar a cada pájaro que remonte el vuelo. Sin embargo, esa maniobra más bien zen no la entenderán los forofos de uno y otro bando, gente reacia al arte de la paciencia y ansiosa por catar poder cuanto antes. Con cuatro o cinco frentes abiertos por la izquierda y la derecha, Mariano se encuentra ahora en la difícil tesitura de tener que escribir una novela sin argumento después de entregarnos una saga de terror fantástico. La amenaza es peor que la ejecución de la amenaza. O no. Como el Numa (el implacable guardián de la sierra de Volverás a Región, que escabechaba a tiros a cualquiera que osaba adentrarse en sus dominios) Mariano sabe que su relevo anda próximo, quizá entre sus propias filas, y que lo último que va a oír antes de la perdigonada final va a ser el ruido de unos pasos sobre la hojarasca.

 

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