Punto de Fisión

La profecía de Karadzic

En un inoportuna jugada de dados, el Tribunal de la Haya ha dictado sentencia contra Radovan Karadzic el Jueves Santo, tal vez para prestigiar involuntariamente el aura de mártir con que ha asistido al proceso. Era la última carta que le quedaba por jugar en la manga, la de negar su participación, como instigador e ideólogo, en el genocidio contra la población musulmana bosnia que culminó en la masacre de Srebrenica. Los ocho años que ha durado el juicio contra el Carnicero de los Balcanes han dado oportunidades de sobra para recopilar un festival de excusas que van de la ignorancia a la ignorancia. Miles de varones musulmanes fueron ejecutados; cientos de mujeres musulmanas fueron violadas. Los militares que cometieron dichas atrocidades se escudaron en órdenes superiores, la cadena de mando siguió subiendo hasta llegar al general Ratko Mladic y de ahí al presidente de la República Sprska, Radovan Karadicz.

Karadicz es un personaje inverosímil que parece sacado de una novela de terror. De profesión psiquiatra, poeta en su juventud, el político serbobosnio resulta un buen ejemplo de que ni la ciencia ni el arte vacunan contra la barbarie. Por algo el nazismo floreció en la sociedad más civilizada del mundo, la que contaba con más universidades, museos, conservatorios y laboratorios; por algo la profesión médica fue la que porcentualmente más afiliados aportó al partido nazi. Hay algo nauseabundo y podrido en las raíces de nuestra cultura y la pestilencia de Karadicz conecta con algunos de los sótanos mitológicos de occidente: la intolerancia, la xenofobia, el genocidio. Por eso resulta difícil verlo cara a cara, preferimos alejarlo de la familia humana, convertirlo en una aberración o un monstruo.

La historia de Karadicz, sin embargo, es muy sencilla. No hay un salto evolutivo del hombre que hacía guardias en el hospital Kosevo de Sarajevo al que puso en marcha una limpieza étnica. Tampoco lo hay del político caído en desgracia al prófugo perseguido durante trece años por la justicia internacional. Karadicz volvió a tomar la bata de médico, esta vez disfrazado bajo una larga barba blanca y unas gafas, oculto bajo otro nombre, Dragan Dabic, mimetizado en la figura de un gurú de la medicina alternativa que daba conferencias, clases magistrales y hasta tenía su propia página web. Al igual que en La carta robada, de Poe, sabía que el mejor escondite es el que se encuentra a la vista de todo el mundo.

No era el único psiquiatra que cayó presa de un delirio homicida: su compañero y líder de partido, Jovan Raskovic -cuya muerte lo dejó al frente del aparato- también ejercía la psiquiatría y estableció una división de los pueblos de la ex Yugoslavia siguiendo las categorías freudianas. Según él, los serbios padecían complejo de Edipo y los croátas complejo de castración, mientras que los musulmanes se habían quedado atascados en la fase anal. El peligro de la literatura no está en los sueños que no se cumplen sino en las pesadillas que prometen. En su juventud, cuando ejercía de poeta aficionado, Karadizc escribió un poema donde veía Sarajevo en llamas, una visión profética materializada en un asedio que se prolongó casi cuatro años. Lo había escrito, lo había hecho, pero no se enteraba de nada, ni de los civiles tiroteados, ni de los edificios bombardeados, ni de los niños cazados como conejos. Tan ciega entonces como hoy, Europa tampoco.

 

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