Punto de Fisión

Más lecciones de Camus

En una entrevista reciente, Vicente del Bosque dice una frase que habría que esmaltar en oro si no fuese porque no están los tiempos para derroches: "Hay que educar a la gente para la derrota". Se refiere al fútbol, claro; a Ferguson, entrenador del Manchester United, que se pasó ventitantos años en el banquillo mascando el mismo chicle; y especialmente a esa generación de chavales que ha crecido viendo ganar títulos a la selección española y que va a madurar recordando la gloria pasada como el paraíso perdido de la infancia. Ojalá me equivoque, tampoco me importa mucho el fútbol, pero me temo que pasará mucho tiempo antes de que España vuelva a encadenar semejante racha de victorias.

En cambio, para los aficionados jóvenes, para los menos jóvenes y para los viejos esos cuatro años que acumulan seis títulos -un Mundial y dos Eurocopas- fueron la Edad de Oro, el imperio donde nunca se ponía el sol. Ya estaban más que acostumbrados a la derrota, a la pifia en el último minuto, a los codazos en la cara y a los goles que se le escapaban al portero por debajo del sobaco. El fútbol fue, durante décadas, una manera triste de domesticar esa tristeza llamada España, de traducir en lances deportivos una historia trufada de traiciones, fusilamientos, matanzas y golpes de estado. Los forofos recién destetados emergieron de las derrotas de Brasil y Francia como los naúfragos de la Armada Invencible entre los leños flotantes de la escuadra. Quizá algunos comprendieran que el fútbol sólo es eso, un deporte.

Albert Camus fue uno de los primeros escritores que vio en el fútbol algo más que dos docenas de adultos corriendo en pantalones cortos tras una pelotita, como señalara maliciosamente Borges. "Todo cuanto sé con la mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol" escribió una vez. Camus también acertó a definir ese sentimiento de desgracia que embarra el ser español cuando escribió acerca de esa prolongada masacre que llamamos guerra civil: "Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma y que a veces el coraje no obtiene recompensa".

Educar a la gente para la derrota, como afirma Del Bosque, no quiere decir adiestrarlos en la resignación, el conformismo, la esclavitud, en suma. Quiere decir, sospecho, todo lo contrario: enseñar el coraje necesario para resistir, para soportar lo insoportable -incluso casi un siglo de oprobio- con la tenacidad y la fe de esos ancianos combatientes republicanos que no se rindieron jamás, ni siquiera cuando ya estaba todo perdido y el país entró en la tumba más negra de su historia. Hemingway lo dijo con la voz de un viejo pescador cubano: "El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Camus fue más explícito: "De los resistentes es la última palabra".

 

Más Noticias