De lunes

Contra esta invasión de mal humor

¿Somos un país con mal humor? Eso deben de pensar los políticos. Cada día llegan al Congreso sonrientes y alguno hasta divertido. Saludan aquí y allá con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta que cruzan la puerta del hemiciclo. Para cuando suben a la tribuna lucen ya la mueca de la mala leche. Al tiempo, el semblante de los acólitos se transmuta en las mismas muecas que el del jefe. No todos son iguales, pero es el ambiente que prima. Algún sondeo debe señalar que el mal humor da votos.

¿Y los periodistas? Parecido. Sonreímos o nos reímos cuando nadie nos ve, porque la risa resulta insultante para algunos colegas. E interiorizamos que lo políticamente correcto está reñido con la broma. Siempre hay una "mente sucia" -que dirían los Serrano- dispuesta a tergiversar el motivo de la carcajada. Por no hablar de lo que tienes que medir el título del blog -que no es un periódico-, de la columna o del tuit que escribes. Medio mundo te puede fusilar en cuanto te deslizas, ya sea por machista, feminista, racista y todos los istas que quieran. Bien es verdad que hay que cuidar la letra impresa -que impresa queda- pero tener que aclarar cada día lo obvio resulta patético, aburrido, cansino. El límite debería marcarlo el sentido común.
Me consuelo al toparme con la cita que necesitaba. "Creo que es necesario hacer frente con decisión a esta invasión de mal humor" escribió Thomas Love Peacock, un británico naturalmente. La he robado del segundo libro de mi admirada Stella Gibbons, "Flora Poste y los artistas". Todo un alarde de humor y exquisita ironía. Pues eso, hagamos frente a esta estúpida invasión.

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