Dentro del laberinto

Flecha

Las preocupaciones básicas fluctúan, pero no varían. El desempleo puede vencer en según qué momentos al terrorismo, pero en los momento en los que resultan invisibles, no desaparecen los problemas: el tema de que el Gobierno si habló, habla o debería hablar con los terroristas ha quedado enterrado bajo toneladas de sandías podridas. La idea de que los problemas pueden ser solucionados a través del diálogo y la razón perdura, y suele acompañarse de una acotación muy arriesgada; que un sistema político o económico determinado puede acabar con todo conflicto, empleando la misma fórmula y el mismo proceso racional. Peligroso.

En el País Vasco el terrorismo se ha basado en convicciones políticas y la conciencia clara de víctima frente al gran Estado. Por otro lado, vivimos en un momento de liberalización de mercados, con diferencias sociales entre clases económicas cada vez más patentes, y que está terminando con la clase media. Aún existen movimientos que opinan que el capitalismo debe acabar con la pobreza en el mundo. Otra invasión frente a la que se resisten algunas religiones y algunos mercados.

¿Qué ocurre cuando se intenta combatir con herramientas racionales, desde una sociedad capitalista, una idea nacida en pleno romanticismo y desarrollada durante la época de los totalitarismos nacionalistas? La respuesta de Marx y Engels cuando fueron preguntados sobre una ética que acompañara la sociedad comunista o socialista, fue que la ética formaba parte de la superestructura, y que el nuevo sistema crearía la suya. El concepto de abuso nunca fue abordado. ¿Qué hacer con quien se resiste, con la parte de la comunidad que de pronto se convierte en un enemigo? Esta duda nunca ha sido un problema para las personas con fuertes convicciones religiosas o políticas: eliminarlos o convertirlos. Queda por saber si únicamente queda esa solución, si se han aferrado a estructuras fosilizadas, si en este siglo estrenado con el golpe del terrorismo internacional no caben otras salidas.

Más Noticias