Tras los abandonos de animales del verano, llegan ahora las adopciones y las compras, muchas de ellas legítimas, otras impulsivas, otras como necesidad imperiosa de compañía tras las separaciones del verano, el momento en el que más parejas se rompen de todo el año. Quienes comparten su casa con mascotas, en especial con gatos, gozan, según los expertos, de una mejor calidad de vida y de una salud más sólida. Al acariciarlos, se libera parte del estrés acumulado. La tensión se disipa ante un gato, adulto o cachorro, empeñado en jugar con una bolita de papel, o fascinado por los pájaros que vuelan al otro lado de la ventana. Los gatitos pequeños aún maman imaginariamente de los dedos humanos y los muy ancianos buscan el calor humano tanto como el del sol.

Los antiguos hablaban del alma como si de otra boca se tratara y de la necesidad de alimentarla, y de proveerle calor y cuidados. La Biblia, de hecho, afirma que se perdió el cuerpo y se salvó el alma por el mordisco a una manzana. La boca física perdió la boca espiritual. Quien haya visto un gato en reposo, hermoso o vulgar, atigrado o de raza principesca, sabe de lo que hablaban. El alma agoniza entre objetos, por deseos no satisfechos, bajo la presión de los días grises. No se posee un animal; sencillamente, se descansa el alma en él. Se nutre el alma con él.

Los candidatos políticos americanos no tienen tiempo para mascotas, pero los presidentes han de contar, necesariamente, con alguna de ellas. Calcetines, se llamaba una. Yo veo a Obama con un gato, a McCain, en cambio, con un perro, un sabueso, quizás, un animal grande y confortable, de orejas colgantes. Si no lo tienen, sus asesores deberían estar rastreando perreras para que en noviembre, cuando alguno de los dos gane, añadan al amplificador emocional de la familia americana, que es la que habita en la Casa Blanca, un perro, un gato que los haga llegar a un hogar, y no a un edificio. Que aprendan de Theodore Roosevelt, que hablaba con sus amados gatos para ordenar su mente.