Dentro del laberinto

Cocinera

Los sabores tienen tanta relación con los recuerdos que en ocasiones, menos literarias que estéticas, se entremezclan. Por desgracia, la cocina no retribuida, la real, la absolutamente pegada a la realidad, la cocina de restos y de huellas, ha quedado en manos de las mujeres.

La otra, la de las grandes polémicas, los egos incomensurables y los logros para la posteridad, pertenece, por lo general, a los varones.

Sublimes y escasos. Así ha sido, así tiene pinta de continuar siendo.

Se ha organizado un pequeño escándalo, en este país de grandes y desapercibidos escándalos, porque un anuncio institucional indica que un marido afectuosísimo valora las croquetas de su Puri por encima de cualquier otra virtud personal. Gran mérito el de la Puri, que ha logrado desbancar a la mamá del marido, la que, por antonomasia, goza del crédito y la fama en material croquetil. Custodiadas como secretos de alto Estado, las croquetas se transmiten, en receta o en práctica, por línea estrictamente matriarcal. El varón que abandona las alas maternas por las voces de sirena de las tentadoras mujeres encontradas en la calle pierde para siempre ese sabor primigenio, como si perdiera al mismo tiempo y por segunda vez la leche materna, como se pierden los juguetes de infancia. Puede recuperar el punto del gazpacho, incluso el modo de preparar la paella. Las croquetas no, las croquetas son afecto y nuez moscada, y ocurre que un anuncio destaca esa virtud como única, y no entre otras.

Eso es feo. No resulta terrible, pero es feo. Tanto que debería ser retirado, sobre todo en homenaje a esas mujeres que, además de croquetas, saben preparar menestra como la de antes, salmorejo y calabacines rellenos. No creo que ningún ministerio sensato, ni siquiera el de Igualdad, debiera preocuparse por ello. Tienen tantas malditas cosas que arreglar antes que un anuncio como este debería ser una mínima prioridad. El problema no son las croquetas. El problema es que recomienden que olviden a la mujer.

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