Dominio público

Sin tetas no hay democracia

Joaquín Urías

Profesor de Derecho Constitucional y ex letrado del Tribunal Constitucional

La cantante Rocío Saiz. FACEBOOK
La cantante Rocío Saiz. FACEBOOK

Hace diez años, cada vez que la cantante Rocío Saiz entona en un concierto lo de "como yo te amo" lo hace con el pecho al aire. Lo hace, entre otras cosas, como un ejercicio de activismo, para visibilizar el cuerpo femenino.

En la sociedad en la que vivimos, que una mujer enseñe los pechos es aún una provocación. Desde siempre lo de mostrar los pezones en público ha sido un privilegio masculino. En la playa, en un concierto o en una fiesta es frecuente que los hombres vayan con el torso descubierto sin que eso se vea como una exhibición impúdica ni provoque ningún rechazo. Las mujeres, en cambio, se han enfrentado históricamente a una severa prohibición moral según la cual sus pechos, y en especial sus pezones, no se pueden exponer a la vista pública. La sexualización de las tetas las ha convertido no ya en algo íntimo, objeto del omnipresente deseo masculino, sino también en algo moralmente prohibido.

En los sistemas autoritarios, siempre masculinos y patriarcales, esta moral se convierte en derecho. En toda dictadura que se precie (incluso en las comunistas que pretendían transformar el mundo bajo el signo de la igualdad) los valores tradiciones respecto al sexo se hacen ley. Sus jueces, policías y todo el sistema represivo se utilizan para castigar a quien con su comportamiento o sus ideas cuestione la moral tradicional. En eso no se diferencian el franquismo y el régimen islámico de los Ayatolás; las ideas de Trump y las de Putin. Todos castigan a quien folla con quien no debe y a quien enseña las tetas.

Frente a eso, las sociedades democráticas se sustentan en un ideal de libertad que exige el más amplio espacio para expresar cualquier disidencia sin ser molestado por ello. La democracia descansa en dos valores no por manoseados menos atractivos y utópicos: la igualdad y la libertad. La primera es una condición necesaria, la segunda un objetivo y un método. La esencia de la libertad democrática radica en poder poner en cuestión al poder para ser uno mismo del modo que quiera. Tanto al poder político o económico como a ese poder mayoritario que impone valores y juicios morales.

Por eso la lucha feminista es esencialmente democrática. Se trata de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, pero también de que las mujeres recuperen espacios de libertad que han ido perdiendo a lo largo de siglos. Lo mismo sucede, por ejemplo, con la pelea por los derechos LGTBI en busca de una igualdad como marco en el que poder ejercer libremente el derecho a ser cada uno como quiera, más allá de los estrechos límites de lo que la religión y la moral conservadora creen que está bien o mal. Con el único límite del respeto a la libertad y a la persona de los demás.

Y por eso los autodenominados liberales españoles son con frecuencia (y paradójicamente) liberticidas más cercanos ideológicamente al autoritarismo que a la auténtica democracia. Dicen que defienden el libre despido o la libertad en los precios del alquiler porque recurren al juego dialéctico de llamar libertad a lo que es dictadura: que los poderosos o los más ricos puedan imponer impunemente su voluntad a los menos favorecidos impidiéndoles que tengan condiciones dignas de empleo o accedan a una vivienda decente. La prueba del algodón de estos mal llamados liberales es cuando se les enfrenta a los valores morales. Nunca se oirá a Isabel Díaz Ayuso o a sus compinches de VOX defender el derecho a enseñar las tetas, a la enseñanza sexual, a hablar siempre en el propio idioma o tantos otros. Caricaturizan al feminismo o el movimiento LGTBI porque temen que la lucha por la igualdad derive en una sociedad sin privilegios. Democrática.

Por eso, durante la dictadura franquista la moral cristiana impregnó gran parte de nuestro ordenamiento jurídico. De ello perviven algunos restos evidentes, como el delito de blasfemia. Otros, como el de adulterio o el de escándalo público, salieron afortunadamente de nuestro código penal, aunque este último tuvo que esperar hasta 1988. Sin embargo, parece que políticos, jueces y policías conservadores añoran ese derecho de la moral cristiana y a la mínima aprovechan para (tergiversando las normas existentes) recuperarlo. Los ejemplos proliferan en estos momentos de involución democrática.

En democracia, no es delito ir desnudo por la calle. No puede serlo. Hace poco la Audiencia de Valencia se enfrentó al caso de Alejandro, un activista nudista que ante las sucesivas sanciones policiales por obscenidad intentó entrar también desnudo en la sala de vistas que juzgaba su recurso. Consiguió ganar, pero tuvo que soportar la humillación democrática de que los jueces hablaran de que su conducta queda amparada por un "vacío legal". Lo que los jueces llaman vacío legal, otros lo llamamos democracia.

El caso es que no es delito, ni sancionable, pero nuestra policía, tan poco formada en materia de tutela de los derechos y tan diligente en la protección de la moral no siempre está de acuerdo. Las mujeres sufren especialmente este acoso policial, pues a ellas se les aplica un concepto de desnudo más amplio que el de los hombres y que en su caso incluye los pechos.

Cuando Rocío Saiz cantaba entusiasmada al amor con las tetas al aire en Murcia un agente de la policía local le ordenó parar para luego intentar sancionarla. Tras el escándalo que se ha montado las autoridades ultraconservadoras de esa comunidad autónoma han intentado ponerse de perfil y hasta la fiscalía ha pedido que se investigue al policía. Pero ni es el único caso ni siempre que la policía multa injustamente a una mujer por mostrar sus senos hay el mismo rechazo social.

La tendencia al autoritarismo se cuela en nuestra sociedad por resquicios ya conocidos. Uno de los peores es la llamada ley mordaza, diseñada por el Gobierno conservador y mantenida por voluntad explícita del partido socialista. Esta norma permite a la policía sancionar a cualquier ciudadano por todo aquello que al agente le parezca una falta de respeto y es una de las vías por las que últimamente la moral se convierte en derecho. Entre las numerosísimas conductas sancionables incluidas en esa ley está el "ejecutar actos de exhibición obscena". Qué sea o no obsceno se deja en manos del agente actuante. Si al agente en cuestión le parece obsceno un pecho femenino, multa a la mujer que lo exhibe igual que puede multar a quien pasea desnudo por la playa o a quienes practican felizmente sexo en un parque público. Poco se habla de esta tarea de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad convertidos en vigilantes de la moral al más puro estilo iraní. Desde luego, es todo muy poco democrático.

Frente al intento de recortarnos los derechos, gestos como el de Rocío Saiz son admirables. El retroceso democrático que vivimos y que se manifiesta en el éxito electoral de opciones, como VOX, que niegan los derechos humanos exige de actos individuales valientes que no parecen venir de nuestros políticos. Ojalá algún día los candidatos socialistas que aún defienden la ley mordaza se decidan a derogarla y los de Sumar que se pegan codazos para ir las listas se den cuenta de que lo que está en juego es la democracia. Entre tanto, resulta que los autócratas sí que les tenían miedo a las tetas. Todo el respeto a quienes las enseñan, ponen el cuerpo y sufren una represión que no merecen.

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