El mundo es un volcán

El tardío, vacío, frustrante e inútil viaje de Obama a Palestina

"Nos prometiste esperanza y cambio, nos diste colonias y apartheid". La pancarta con la que, el pasado miércoles, saludó a Barack Obama un grupo de palestinos refleja el desencanto hacia quien, durante su primer mandato, no hizo nada, más allá de un puñado de gestos sin sustancia, para resolver el más encallado de los conflictos que amenazan la paz y la estabilidad mundiales. La visita a Israel y los territorios ocupados, que se ha hecho esperar cuatro años, es tardía, vacía, frustrante e inútil. Un ejemplo de libro de la impotencia del presidente norteamericano para plasmar en resultados la buena fe que aún se le atribuye. El inmerecido premio Nobel de la Paz abandona Palestina sin presentar, no ya una nueva iniciativa de paz, sino ni siquiera ideas frescas que alienten la esperanza de que se reabra con mínimas posibilidades de éxito el diálogo entre las partes encallado desde 2010. Para eso se podía haber ahorrado el viaje.

La música es la de siempre, y encuentra un eco más favorable entre los israelíes que entre los palestinos: la solución de los dos Estados es aún viable y el diálogo directo entre las partes es la única vía para conseguirla. El gobierno de Netanyahu rechaza cualquier condición previa, y de forma más específica, la suspensión de la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados. Obama, que un día condenó abiertamente esta política y pidió a Israel que la cancelase, ni siquiera se ha atrevido estos días a renovar de forma explícita su censura en Jerusalén. Mahmud Abbas, el presidente palestino, que no se harta de tragar sapos, pero que aún no se decide a cortar por lo sano, parece que se conformaría con la promesa privada del primer ministro de que se paralizarían las construcciones mientras el diálogo estuviese en marcha. Pero ni siquiera obtiene esa garantía.

Poco es para albergar alguna esperanza de que se desbloqueará el proceso de paz. Sobre todo porque, más allá de la retórica oficial, están los hechos. Y uno es que, para formar una coalición estable, Netanyahu ha recurrido a la formación ultranacionalista La Casa Judía. Es el partido de los colonos que, en número que supera el medio millón, parchean Cisjordania y la zona oriental de Jerusalén y convierten en una quimera la continuidad territorial de un eventual Estado palestino. Por si quedaban dudas, el ministro de Construcción y Vivienda, del que dependen los nuevos asentamientos, no sólo es miembro de la Casa Judía sino que él mismo es un colono.

Se dan todas las condiciones para que el expolio de la tierra palestina continúe a gran escala. El principal riesgo no es ya que se completen los proyectos de colonias ya en marcha, sino que se aprueben muchos más hasta que los hechos consumados conviertan en una farsa cualquier posibilidad de diálogo. En tales circunstancias, ni siquiera la reconocida flexibilidad de Abbas bastaría para que participase en un paripé condenado al fracaso y por el que le pedirían cuentas, no solo sus rivales de Hamás (que controlan Gaza), sino la inmensa mayoría de la población cisjordana.

Obama ha pretendido quedar bien con israelíes y palestinos, pero ha vuelto a defraudar a los segundos sin contentar del todo a los primeros, que hubiesen preferido que ocupase la Casa Blanca el republicano Mitt Romney, que se les rindió con armas y bagajes y al que solo le faltó tatuarse en la frente la estrella de David. Frente a este sentimiento, que les hizo ofenderse por los cautos reproches de Obama a la intransigencia de Netanyahu, no basta siquiera que haya satisfecho la "garantía incondicional" con la seguridad de Israel mediante la entrega récord de armamento de última generación. O que prometa atacar Irán si el régimen de los ayatolas consigue armas nucleares. O que asegure que no permitirá que queden fuera de control en Siria arsenales químicos o bacteriológicos. Ni siquiera que, a la postre, el presidente se alinee con la posición israelí, al no ligar la reanudación del diálogo a la congelación de los asentamientos.

En cuanto a los palestinos, su futuro es más negro que nunca, abandonados en la práctica por Estados Unidos. Divididos e impotentes, perdedores y víctimas una vez más, pero con el moderado Abbas de cabeza visible y respetada, lo más probable es que agoten hasta sus últimos límites cualquier posibilidad de acuerdo, aun a costa de retirar cualquier exigencia previa. Mientras, sopesan la conveniencia de denunciar a dirigentes israelíes ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. O, tal vez -el escenario más inquietante- se cuece ya una nueva Intifada que libere tanta y tanta frustración acumulada.

Obama no pasará a la historia como un gran presidente. No se lo merece, pase lo que pase de aquí al 20 de enero de 2017, quien ni siquiera ha sido capaz de cerrar la vergüenza de Guantánamo. O quien, después de cuatro años en el poder, deja el conflicto de Oriente Próximo más encenagado de lo que estaba cuando él llegó a la Casa Blanca.

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