El tablero global

¿Creen que nos chupamos el dedo?

A veces, demasiadas veces los políticos parecen creer que todos nos chupamos el dedo. A menudo niegan la evidencia más palmaria de sus tejemanejes o protestan –fingiéndose indignados porque concluyamos lo que dicta el más elemental sentido común– de que les acusemos de interesados, falsos o mentirosos. Pocas, muy pocas veces admiten de inmediato sus culpas, aunque se les haya pillado in fraganti; y casi siempre alegan una ingenua inocencia a todas luces incompatible con sus éxitos en la lucha por el poder.

Así es como el presidente Sarkozy pretende ahora que nos creamos que él no tiene nada que ver en la fulgurante ascensión de su hijo Jean, sino que a sus 23 añitos es el mejor de todos los candidatos posibles para dirigir el distrito parisiense que rivaliza con la City de Londres por convertirse en el principal centro financiero de Europa.

Y no sólo es el jefe del Estado sino muchos otros dirigentes de su partido los que insisten en convencernos de que el omnipotente padre no influyó en absoluto en el ascenso de su retoño hasta la dirección de la mayoría derechista que rige la rica región de Hauts-de-Seine, casualmente el bastión que sirvió de trampolín para la carrera política del actual presidente francés.

Igual que es casual, claro, que el Elíseo retocase un decreto para adelantar el cese del actual presidente de la EPAD, de forma que Jean Sarkozy accede al cargo justo a tiempo de gestionar la ambiciosa remodelación de La Défense, impulsada por su padre, que ascenderá a mil millones de euros... si no se excede el presupuesto.

Es pura maledicencia, dicen los aliados de Sarkozy, aducir que un estudiante de segundo curso de Derecho, y con menos de dos años de experiencia como concejal en todo su currículum, no esté más que preparado para esa tarea de alta dirección. Además, agregan, es normal que sea precoz, puesto que es hijo de un "genio político".

Lo que no es normal es que nos traten de imbéciles.

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