Tinta Mintenig

Bajemos un poquito el volumen

El mar, ayer, cerca de Cadaqués Me he quedado sin voz. Completamente afónica. Nunca antes me había pasado, y es muy incómodo. Resulta que la semana pasada acudí a eventos diversos, y en todos ellos el nivel acústico del ambiente era disparatado. Como a mí me gusta enrollarme con todo el mundo y participar en todo, forcé la voz para saludar a éstos y a los otros, me reí un montón a un volumen exagerado, grité para animar a mi equipo de fútbol y coreé a pleno pulmón el grito "¡Bravo, Maestro!" dirigido a un pianista extraordinario que nos obsequió con un concierto fuera de serie. Total, que mis cuerdas vocales se han declarado en huelga, y lo peor es que no sé cómo negociar con ellas para que vuelvan al trabajo. He probado el zumo de limón para hacer gárgaras, la leche calentita con miel, varios sprays y pastillitas de éstas que anuncian en la tele, pero no hay manera. Sigo sin voz.

Aprovechando esta circunstancia, quisiera pedir que, entre todos, bajemos un poquitín el volumen del mundo que nos rodea. Lo encuentro desmesurado. Cualquier tontería se convierte en un asunto de la mayor importancia, y lo peor no es ya el volumen, sino el ruido. El ruido molesta y perjudica. ¿Sabéis lo que es el ruido? Es lo sobrante, lo innecesario, y a veces es también lo maligno. Quiero decir que se utiliza con mala intención.

En medio de todos estos eventos extraordinarios a los que he tenido el privilegio de asistir durante la semana pasada, por fin ayer pude salir al mar durante unas horas, y con buen tiempo. Qué silencio, qué paz. Volumen chill out. Y que conste que no soy budista.

Queridas cuerdas vocales: soy consciente de que no os he cuidado mucho, pero prometo enmendarme. ¡Volved a mí, que os necesito! Es que reírse sin voz es dificilísmo.

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