Principio de incertidumbre

Los lunes al WhatsApp

Los lunes al sol son una reliquia que se ha perdido sin saberlo. Pura arqueología de lo retro. Esa exposición al fruncimiento desabrido de cejas sólo se encuentra ya en formato VHS, igual que el consiguiente bronceado que nos hacía iguales ante la ley a parados y paletas de la construcción, a la sazón, las únicas dos Españas, que no tenían más diferencia insalvable que el límite horizontal de la pigmentación: unos eran de raya de hombreras; los otros, irredentos de la manga corta. Todo lo demás era subirse al andamio o buscar uno libre mientras durara la música de la burbuja inmobiliaria. Parados y paletas, ya digo. Dos Españas. La misma.

Hoy los tiempos han cambiado y España es un país de pálidos y modernos. Los albañiles –antes salida natural de curritos, científicos o abogados- ya no están morenos, pues no hay obras bajo las que ennegrecer. Y el resto de parados no se tuestan porque no hay obras, como digo, ni otro modelo sustitutivo de país. Ni cutre ni sofisticado. No hay ninguno. Y como esto es el siglo XXI hemos adaptado las nuevas tecnologías a nuestro antropológico estado de espera: todo el mundo aguarda su turno en esta orfandad de andamios tecleando sandeces en algún maldito cacharro electrónico. Los lunes al WhatsApp. Son los nuevos tiempos.

De verdad que algún León de Aranoa 2.0 debería hacer una película con ese título. Porque ahí andamos todos: Whatsappeándonos. Neopalabra con cierta sonoridad a flojera fétida y graciosa que se ha hecho con un lugar en nuestras no vidas.

Lo hacemos a toda costa. Tecleamos sin parar para dar un toque a esos amigos que no vemos desde hace meses y viven sólo dos calles más arriba; tecleamos revolucionariamente hasta hacer trending topic nuestra indignación; tecleamos que vamos al baño (sólo la España que come fibra y yogures con bichos mientras tuitea). Y hasta me han dicho que ya no hace falta verse o hablar para romper relaciones humanas: con el WhatsApp es suficiente, siempre y cuando, claro está, quede algo de tiempo y batería -pues se habrán dado cuenta de que los móviles ya no son móviles desde hace algún tiempo-.

Y con la que está cayendo nuestro tecleo incesante se antoja improductivo (el de esta columna también, seguramente). El resuello fatigoso de los pulgares no parece resolver los fallos del sistema. Tampoco ese formateo erosivo de las huellas digitales, que ni nos reinicia ni arregla nada. Es el mismo país de siempre pero en pantallas de silicio.

¿Será posible, redios, que nos estemos volviendo todos cibermongolos? Porque digo yo que las nuevas tecnologías y las redes sociales están muy bien. Apretando un botón nos podemos ver y convocar con facilidad. Pero no me negarán que causa desasosiego comprobar lo llena que está la Gran Vía digital y lo vacía que está la alquitranada (sólo pisada por ‘quincemayeros’ que saben saltar de Facebook al empedrado). Oigan, que somos seis millones de parados, millones de precarios y afectados por los recortes, miles de desahuciados, de investigadores y estudiantes sin beca... Que en los años de fotocopia y panfleteo se llenaban las calles por una pizca de lo que nos está cayendo ahora. ¿Por qué no quedamos y nos da un poco el sol a todos? Que estamos muy blancos. Yo el primero.

__________________________________________________________________

Estoy en Twitter y Facebook

__________________________________________________________________

Más Noticias