Entre leones

Respuesta concisa y clara

En 1998 presidí la I Convención de Periodistas de España celebrada en Cádiz. Organizada por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), CCOO, UGT, el Sindicato de Periodistas de Cataluña y la Unión de Trabajadores de la Comunicación del País Vasco, representó el intento más serio de debate laboral y profesional que se hacía sobre la profesión periodística en toda la historia democrática de España.

Debatimos sobre la democracia interna, los estatutos y los consejos de redacción, así como sobre el papel social de los periodistas y de los medios de comunicación, el secreto profesional, los códigos éticos y las cláusulas de conciencia.

Pero el principal caballo de batalla de aquella cita histórica era la precariedad laboral: por entonces, los medios de comunicación españoles tenían un 40% de colaboradores sin la cobertura legal básica.

Carmen Morillo, miembro de la organización y actualmente en el Consejo Audiovisual de Andalucía, se lo explicó claramente al ministro de Trabajo, Javier Arenas, y al presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, en el acto inaugural: "Nosotros, que hemos aireado las injusticias y desmanes ajenos, no podemos silenciar por más tiempo la precaria situación en la que trabajan buena parte de los profesionales de los medios de comunicación".

Diecisiete años después, la precariedad laboral se ha disparado hasta extremos inimaginables gracias a una crisis que, además, se llevó por delante a 11.145 periodistas entre 2008 y 2014, con más de un centenar de medios cerrados a cal y canto, según datos de la propia FAPE.

En esta escabechina, la mayoría de los despidos han recaído en periodistas mayores de 50 años, con salarios dignos y alta cualificación profesional, que han pasado a engrosar las listas del paro o las de la precariedad, con serias dificultades para alcanzar la jubilación.

En la mayoría de los casos, estos han sido sustituidos por becarios o juniors con salarios indignos y condiciones de trabajo tercermundistas.

Aparte de resentirse la calidad de los trabajos periodísticos en los medios de comunicación con este changüí, se ha roto la cadena de aprendizaje. Al no haber seniors, los juniors se han quedado sin referentes. No han podido heredar ni los consejos ni la agenda de sus mayores, algo fundamental para cimentar una buena carrera periodística.

Así las cosas, los nuevos periodistas, en teoría con mejor formación académica que sus antecesores, tienen dificultades hasta para entender una de las reglas básicas del oficio: todas las informaciones tienen que ser convenientemente contrastadas. Y, sobre todo, tienen serios problemas para vivir dignamente de su estajanovismo.

Pero lo más grave es que el deterioro del oficio periodístico es directamente proporcional del bajonazo que ha sufrido nuestra propia democracia.

Hoy, en los medios, mandan los anunciantes, sobre todo las grandes empresas, los bancos y las instituciones públicas. Es impensable que una buena información pueda poner en peligro una cuenta publicitaria importante desde la óptica de los administrativos que gobiernan las redacciones. Es práctica común el pago, sin soporte publicitario, por "un tratamiento amistoso". Están a la orden del día las inserciones publicitarias camufladas como informaciones.

En este escenario, muchos políticos con musculatura presupuestaria presionan hasta convertirse en los dueños y señores de los medios, convirtiéndolos en prolongaciones de sus propios gabinetes de prensa, en trincheras de sus mierdas y propagandas.

Algunos exigen para ser entrevistados en vivo y en directo hasta las preguntas; pactan titulares y primeras páginas; recomiendan preguntas en ruedas de prensa de esas que se responden con un "me encanta que me haga usted esa pregunta"; quitan y ponen puntos y comas; incluyen palabros inexistentes y se llevan por delante la sintaxis más elemental y decente.

En fin, pura melancolía lo mío, yo me quedé colgado en aquellos años en los que a ese tipo de políticos, con coleta o sin ella, rubia nacional o moreno de plis, se le respondía de forma concisa y clara: ¡Váyase usted al mismísimo carajo!".

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