Fuego amigo

Un cobarde y un perfecto inútil

Un tipo en un vagón de tren se acerca a una pasajera, la acosa verbalmente y le suelta una patada en la cara tras varios minutos de tortura psicológica. En primer término, un joven contempla la escena, quizá petrificado por la violencia del atacante, disimulando con esa técnica utilizada por los viajeros de metro y de autobús que se enfrascan en la lectura del periódico, para no ver a la viejecita o la embarazada que busca angustiosamente con la mirada que alguien le ceda el asiento.

Desde entonces me asaltan dos dudas. La primera es qué hubiera hecho yo en su caso. Uno nunca sabe del tamaño de su cobardía hasta que se enfrenta a situaciones semejantes. Puedes morirte de viejo sin llegar a saber jamás si eres un héroe en potencia o un acojonado miserable, porque la heroicidad es, al fin y al cabo, una perversión del instinto de conservación. Desde el caso del profesor Neira, golpeado casi hasta la muerte por salir en defensa de una mujer maltratada, el sentido de la heroicidad se ha puesto muy caro.

La otra pregunta que me hacía es qué sentencia le aplicaría al agresor del vagón de tren en caso de que yo fuese juez. Los que me leéis a diario ya sabéis de mi bonhomía, soy más generoso que dios: jamás se me ocurriría condenar a nadie a ser torturado eternamente en el Infierno. Así que me debatía entre una pena de varios años de cárcel, con calefacción, tres comidas diarias y catre razonablemente cómodo, o unos cuantos años de recuperación en un centro psiquiátrico, amén de una multa generosa para que la víctima pudiese costearse el mejor tratamiento psicológico o largarse a su Ecuador natal.

Ya hay sentencia: 6.000 euros de indemnización para la víctima y ocho meses de cárcel para el agresor.

Sólo me falta que estalle una guerra para descubrir que soy un cobarde, ahora que ya sé que soy un perfecto inútil como juez.
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Meditación para hoy:

Lo del Maledicto XVI interpretando maliciosamente al revés el papel del preservativo en la lucha contra el SIDA en África me recuerda el chiste de la estadística sobre accidentes de tráfico. Dice la estadística: el 20% de los fallecidos en accidente de circulación no llevaban puesto el cinturón de seguridad. Un discípulo del Maledicto: lo que demuestra que muere mucha más gente por llevar el cinturón de seguridad que por no llevarlo. Así, con dos cojones. Como los del santo padre.

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