La corrupción es el mayor impuesto que tienen que afrontar los países. Es una tasa insaciable, injusta, que desequilibra el buen funcionamiento de la sociedad civil, de las transacciones económicas en igualdad de condiciones.

Hay un paralelismo exacto entre la pobreza o la prosperidad de las naciones y el grado de corrupción que soportan. En una clasificación del 1 al 10, elaborada por la organización Transparencia Internacional, Somalia, Myanmar, Iraq, Haití y Uzbekistán son los países que peor nota obtienen. El índice, en feliz coincidencia, se llama IPC, como si se tratase del Índice de Precios al Consumo... de corrupción.

En España somos buenos consumidores: nos encontramos en la zona media, bordeando el aprobado, anomalía que el Partido Popular está dispuesto a subsanar en su alocada carrera para colocarnos en el cuadro de honor junto a Somalia, gracias a la aportación a la estadística de sus más destacados militantes.

La corrupción es el sol que más calienta. Por eso sale por Levante. Allí tenemos al presidente de la Comunidad, acosado por un sumario que comenzó por unos trajes pero que apesta a financiación ilegal del partido. El presidente provincial del PP y de la Diputación de Castellón colecciona presuntos delitos que van del cohecho al tráfico de influencias. Ahora, el presidente provincial del partido y de la Diputación en Alicante, José Joaquín Ripoll, ha sido detenido por un presunto delito de corrupción.

Entre todos, dando por hecho que la verdad es una mentira que todavía no ha sido descubierta, están afianzando la sospecha de que el más honrado es un ladrón que todavía no ha sido delatado. Sólo hay que esperar.
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Meditación para hoy:

La Comunidad Valenciana es el mayor granero de votos para el PP. Y según las encuestas, cuanta más corrupción se descubre entre sus filas, más se conjura la derecha para blindar con su voto el gobierno de la corrupción. Por dios, que dejen de investigar a ese partido, o todo el mundo acabará afiliándose al PP.