Fuego amigo

Padre Hacienda, confieso que he pecado

Ya es muy común la frase de "Confesarse a Hacienda" para referirnos al acto doloroso de la presentación de la declaración de la Renta. Más que un hallazgo literario es una consecuencia lógica de nuestros terrores infantiles. Venimos de una cultura de culpabilidad sólidamente armada por la religión católica que ha mantenido la confesión de parte, el reconocimiento de los pecados, ante el tribunal eclesiástico del cura en el confesionario. Sin confesión no hay absolución, pero si te has olvidado de alguno de los pecados la absolución no sirve.

Por si acaso, ya el curita se encargaba de dar un repaso a nuestra conciencia, en una especie de borrador que presentaba para nuestra aprobación, con un cuestionario que mostraba la obsesión definitiva de la clerigalla: el sexo en todas sus variantes, los tocamientos, los pensamientos impuros. No recuerdo jamás, cuando todavía me esforzaba por zafarme de su telaraña, que en aquel cuestionario entraran preguntas sobre si había robado, maltratado de palabra u obra, o si había murmurado, si había pateado a un perro o albergaba tendencias al gamberrismo.

Con semejante bagaje en el subconsciente, muchos españoles nos enfrentamos cada año a la declaración de Hacienda, rebuscando en la conciencia de nuestros cajones recibos de toda condición que sirvan para acallar las ansias recaudatorias del Estado. ¿Cuántas veces, hijo? ¿Solo o en compañía de otros?

Es tal el miedo a que nos pillen en pecado de omisión que la mayoría nos hemos aferrado a ese moderno instrumento recaudatorio que es el Borrador de Hacienda y lo damos por bueno sin rechistar, no vaya a ser que nos descubra más pecados y nos quedemos sin absolución.

Y el confesor de Hacienda lo sabe y juega con ventaja. Por eso el Sindicato de Técnicos de ese ministerio acaba de denunciar que esta nueva modalidad omite deducciones que afectan a 1,7 millones de españoles, nada menos que el 59% de los borradores. ¿Cuántas de esas deducciones posibles quedarán si reclamar por ignorancia o, lo que es peor, por miedo? ¿Dónde están esos ordenadores, tan listos ellos y de tan jodida memoria, cuando se les necesita?

A la mayoría de los estafados (virgencita, virgencita, que me quede como estoy) les basta con la absolución. No conviene hacerse notar demasiado en la casa del recaudador. Sólo los que se confiesan sin guión, a las bravas, viven en un sinvivir a la espera del juicio final del inspector, temerosos de haber olvidado algún pecado capital. ¿O quizá debería decir del capital?

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