Fuego amigo

Hay que redefinir la palabra huelga

Ayer titulaba mi post advirtiendo que las huelgas de camioneros las carga el diablo. Pues bueno, en el segundo día de huelga del transporte el diablo ha alcanzado un éxito total: los camioneros ya tienen en su contra a toda la población española. Han conseguido jugar con las cosas de comer de sus conciudadanos, algo que tardarán mucho tiempo en perdonarles. No se habló de otra cosa en el día de ayer, a excepción del bálsamo que supuso el paréntesis del partido de fútbol entre las selecciones de España y Rusia.

Para completar el día, ya tienen dos mártires, desgracias bastante previsibles cuando se tensa la cuerda de manera tan peligrosa. Un miembro de un piquete de huelga murió cerca de Granada, atropellado por el conductor de una furgoneta que perdió los nervios. Casi simultáneamente ocurría idéntico accidente con otro miembro de un piquete en Portugal que se jugaba la vida para intentar parar por las bravas a un camionero que se negaba a secundar la huelga.

Huelga es, según el diccionario de la RAE, la "interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta". También acoge otras modalidades, como la huelga a la japonesa (para provocar excedentes de producción), de brazos caídos, de celo (lenta y meticulosa), de hambre (más bien la que podría sufrir la población si se provoca un desabastecimiento generalizado), revolucionaria (la que responde a propósitos de subversión política), general, y salvaje (la que no cumple los requisitos legales).

La huelga que nos ocupa se atiene en cierto modo al perfil de "salvaje", con piquetes de huelguistas actuando salvajemente contra compañeros y contra una población atemorizada, aunque el diccionario, siempre anticuado, se deja para otro momento la acepción que mejor le iría a las circunstancias actuales: "huelga de coacción", la que busca extender entre la población el mayor sufrimiento posible, en la que los huelguistas nos toman a todos como rehenes de sus reivindicaciones, sean políticas o de mera subsistencia.

El argumento de los camioneros es impecable. Una huelga de camiones en las cocheras sería un problema político; cruzarlos en medio de las carreteras es ya un problema social. Mientras el tiempo de negociación política suele discurrir a un ritmo tedioso, una grave crisis social, con altercados en la calle, y algún que otro muerto, no se la puede pagar ningún gobierno democrático.

Están entronizando la fuerza bruta como instrumento legal para la reivindicación, como pandilleros de barrio, como mafiosos, como matones, justificando así la posibilidad de que, por ejemplo, un tipo de dos metros de estatura tenga derecho a coger por el cuello de la camisa al director de la sucursal bancaria y darle de hostias hasta que le conceda el crédito hipotecario que tanto necesita, porque sí, porque el tamaño de la amenaza o la fuerza empleada en la violencia son argumentos de disuasión tan válidos como una mesa de negociación.

Dando por hecho que es lícito trasladar a los demás los problemas particulares, los obreros de la construcción podrían colapsar el país cruzando en las calles las hormigoneras, los pilotos, los aviones, los bomberos, sus vehículos con escaleras telescópicas, los sanitarios, sus ambulancias...

Sí, ya sé que parece absurdo. Pero cuando los camioneros toman de rehén un país entero con sus camiones, y a eso le llaman huelga, están prostituyendo una palabra sagrada entre la clase obrera, un derecho que tanto trabajo (y muertes, también) costó conseguir. Cuando lo hacen los militares con sus tanques, creo recordar que le llaman golpe de estado. Por eso creo que hay que revisar urgentemente el diccionario.

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