Fuego amigo

Manifiesto por el vasco, catalán y gallego

El "Manifiesto por una lengua común", auspiciado por un grupo de intelectuales, se ha convertido en un debate puramente político. Queriéndolo o sin querer, el caso es que su tesis de que la lengua castellana es la única vertebradora de la patria común llamada España ha caído como un bálsamo para los viejos argumentos de la derecha nacionalista española.

Así que nuevamente oigo voces, como en las películas de terror. Voces del pasado que utilizan las lenguas, no tanto como instrumentos nacidos y perfeccionados para entenderse, sino para imponer un ideario político, o un modelo de sociedad, o la perpetuación de situaciones coloniales, como el castellano en la América conquistada o el inglés en el imperio británico.

"Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana", dicen sus autores. Los vascos, gallegos y catalanes, que aprendimos desde la cuna dos lenguas simultáneamente, sabemos muy bien cuál de ellas se ha impuesto como lengua invasora.

Las otras tres lenguas cooficiales del Estado han sido abusivamente colonizadas durante siglos por la lengua castellana, desde Isabel y Fernando (los rayos catódicos). El régimen de Franco fue especialmente cuidadoso en ese acoso sin piedad para postergar las lenguas vernáculas a un papel popular, subalterno, folclórico, patrimonio de gente inculta. Para ello todas las fuerzas vivas (obispos, gobernadores civiles y militares, alcaldes...) eran cuidadosamente elegidas entre castellano-hablantes, y la enseñanza y la vida oficial tenía que desarrollarse rigurosamente en castellano.

La España autonómica de hoy pretende corregir los estragos causados en sus lenguas por los excesos colonizadores del pasado. Quizá estén siendo sustituidos por otros excesos, con políticas de normalización lingüística que pretenden extirpar inútilmente los vestigios del invasor, con la alarma consiguiente de los muy conservadores intelectuales del Manifiesto. Pero si hay en España una lengua que no corre otro peligro que la forma estúpida que adopta en los mensajes sms, esa es la castellana.

El Manifiesto tiene un tufillo de victimismo que hubieran acogido sin problemas, y hasta con entusiasmo, en el reciente congreso del PP.
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Meditación para hoy:

Estudiábamos el bachillerato, y yo lo tenía por un líder. No he vuelto a verle ni sé qué fue de él al cabo de los años, pero tenía madera de delincuente o de triunfador. O quizá de ambas cosas.

Su ideal, en aquellos años adolescentes de pensamiento único, en lo político y en lo sexual, era llegar a ser médico ginecólogo, a pesar de reconocer que sólo con ver la aguja hipodérmica se mareaba. Él soñaba con ser ginecólogo para tener a mano su objeto de deseo. A sus pacientes les diría las palabras mágicas: "A ver, desnúdese"; y ellas, sumisas, se desnudarían sin recato.

El otro día me pareció haber retomado su rastro cuando leí que en la basílica de San Pedro del Vaticano habían pillado a un individuo que, haciéndose pasar por cura, se encerraba en los confesionarios para escuchar los pecados de las feligresas. "A ver, desnude su alma. ¿Cuántas veces, hija mía?" Y ellas se lo contarían con pelos y señales. Porque es imposible luchar contra la fascinación que provocan las palabras mágicas.

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