Pato confinado

Por qué deberíamos reducir el consumo de alcohol y qué bebidas alternativas tenemos para hacerlo

Alcohol.
Foto: Bridgesward en Pixabay.

Lo dice la OMS: "Puede que nadie quiera escuchar la respuesta". Pero aquí va una vez más su conclusión, aunque caiga en bota de vino rota: "No existe dosis de alcohol segura".

No queremos escucharlo. Parece mentira, un invento, porque el alcohol está integradísimo en nuestra cultura (especialmente en Europa, donde somos campeones en tragos). Forma parte de la tradición religiosa y secular (el vino fue el símbolo de Cristo y el motor del espíritu); se convirtió en la bebida energética del campo mucho antes de la invención del Red Bull; es el talismán burbujeante y dorado de los bares; el fuel del "todo vale" de las fiestas patronales, y el rito de iniciación para muchos adolescentes (el "botellón").

La palabra abstemio suena a insulto o a desviación en el Mediterráneo. Además, ha aumentado su consumo en este año negro de pandemia como falso ansiolítico, refugio de espinas. Pero no por ello el alcohol, nuestro tóxico favorito, auspiciador de villancicos, fundador de discotecas, es un buen compañero de vida...

Conocemos sus encantos, su cal y arena: primero desinhibe, causa euforia, atonta, suelta la lengua, y después nos quita todo lo que nos dio: bajón, irritabilidad, resaca, ansiedad, cambios de humor... No es necesario caer en el fundamentalismo con este viejo demonio (ya hemos pasado por largos procesos y hasta leyes secas), un tóxico que desde los tiempos de Sumeria, los primeros experimentos con hidromiel, costó tanto que entrara en la dieta que incluso aún hoy existen pueblos, como los asiáticos, que no lo toleran bien.

Cada uno debería ser responsable de su cuerpo, templo, o nave con la que cruza por el espacio-tiempo vital, y es cierto que existen formas de consumirlo más riesgosas que otras. No es lo mismo acompañarse de una copita de vino en una comida bien equilibrada (con legumbres, verduras, frutas, antioxidantes, vitaminas, minerales, proteínas justas, y algo de cereales integrales) que darse un atracón de güisquis en ayunas.

Pero tras años de controversia, hoy los estudios se decantan hacia la misma polaridad: no existe beneficio alguno para la salud en el consumo de alcohol, más bien lo contrario; incluso si el consumo es moderado, con la célebre copita de vino al día, que presuntamente nos ayudaría a cuidar el corazón por la acción de sus antioxidantes.

Desde la primera borrachera de la que hay constancia escrita, la de Noé en la Biblia (excusable, claro está, porque se acercaba el Diluvio), el alcohol es una sustancia bastante problemática, tanto en el campo de la salud como en el social. Se consume, en general, en exceso, pues los niveles recomendados (solo para disminuir el riesgo, no para evitarlo) están en tres unidades de vino al día o de cervezas, en los hombres, y dos, en las mujeres.

Aunque nos lance al cante y la guasa, se trata en realidad de un depresor del sistema nervioso central que está relacionado con gran número de enfermedades (algunas tan severas como la cirrosis, demencia, infartos, cáncer, alcoholismo, psicosis...) y el riesgo de padecerlas se incrementa en función de la dosis.

De ahí la importancia de un consumo muy moderado si uno no quiere ser abstemio: cuanto más se beba, mayor será el riesgo de enfermar (a veces solo con su presencia, sin importar la cantidad, aumentan las probabilidades de sufrir varios tipos de cáncer, según los expertos). Queramos o no escucharlo, "las evidencias muestran que la situación ideal para la salud es no beber nada", dicen en la OMS. En la misma línea se expresa la Asociación Española Contra el Cáncer. Incluso en el asunto cardíaco, a pesar de que algunos estudios apuntan a que el vino puede tener beneficios a priori por los efectos de los flavonoides y otras sustancias vegetales, la ingesta de alcohol que conlleva elimina el margen de coste-beneficio. "El consumo mantenido y excesivo puede dañar el corazón porque el alcohol es un tóxico para el músculo cardíaco", según la Fundación Española del Corazón. Un tóxico, esa es la verdad. El consumo diario, aunque moderado, no permite además al hígado recomponerse en su necesario proceso de limpieza y desintoxicación del organismo.

Por estas razones, y si aún con todo se quiere seguir bebiendo, no parece mala idea dejarle respirar al cuerpo. Hay retos y campañas de salud pública como el Dry January/enero seco (surgida en los países nórdicos y que anima a las personas a pasar un mes con cero alcohol en el cuerpo).

Es más saludable ofrecerle al buche alternativas. Buscar sustitutos en otras bebidas que puedan acompañarnos en los ritos asentados, siempre que no queramos optar por el líquido más increíble de todos: el agua. También es bueno recordar que, aunque parezca raro, más de la mitad de la población mundial no consume nada de alcohol por motivos religiosos o culturales.

Tenemos bebidas que pueden funcionar como sustitutos en distintos escenarios. El problema con algunas de ellas es que, si bien no contienen alcohol o se halla este en cantidades muy bajas (como en el caso de las "cervezas sin", que siguen cargando algo de etanol), a veces tienen elevadas cantidades de azúcar (otra sustancia que en exceso es problemática), un dato a tener muy en cuenta de cara a los costes de la salud.

Bebidas alternativas al alcohol

Mosto: Es el zumo concentrado de la uva, que se obtiene al exprimirla y prensarla. En principio no contiene casi alcohol (las cantidades de etanol son ínfimas), aunque existen distintas variedades y marcas. Hace años su consumo era más común. Si se desea aprovechar las propiedades antioxidantes del vino, esta es la bebida, ya que es el fruto de las primeras etapas de su elaboración, antes de ser fermentado: proviene igualmente de la viña y es rico en polifenoles. No obstante, también es alto en azúcares, como la fructosa.

Cervezas sin alcohol: Son las reinas de la sustitución en el bar o la casa, y algunas con un sabor bastante logrado que va mejorando a medida que la industria tiene un mayor interés en ellas. Se dividen en las "sin", que sí llevan algo de alcohol (0,4% en contraposición al 4,5% tradicional), y las "0,0", que no deberían llevar, en principio, nada. Un 14% de las cervezas consumidas en España (unos 48 litros por persona al año) son sin alcohol, según la OCU.

Vinos desalcoholizados y bebidas espirituosas ‘sin’: Es otro de los sectores que está en crecimiento. Hay vinos sin alcohol de múltiples variedades (tempranillo, crianza, verdejos...) y precios. No tienen relación con el mosto. Su sistema es distinto. Se trata normalmente de vinos a los que les extraen o aminoran el alcohol, y les incorporan aromas usando distintos procesos. No aguantan la cata de un sumiller, pero sirven para mantener ciertos rituales en la mesa (son muy parecidos en color y presencia aunque les falte cuerpo). También encontramos variedades de cava sin alcohol. El sector de las bebidas espirituosas está abriendo por su flanco otro nicho. Hoy podemos encontrar whisky, vodka, ron y hasta tequila sin alcohol o en bajas cantidades del mismo, o licores de hierbas, como los de la marca Seedlip.

Cerveza de jengibre: Se trata de una vieja receta que se está poniendo de moda, aunque ya estaba presente en algunos cócteles, como el Moscow Mule, y es típica en Reino Unido, donde se inventó, o en Grecia (la tsitsibíra), donde se exportó durante la guerra. Las ginger beer o ginger ale son bebidas carbonatadas con sabor de jengibre y endulzadas con azúcar. Normalmente llevan poco alcohol, con fermentación muy baja, aunque existen variedades. Muchas de las marcas que las venden como refresco no incluyen el tóxico y mantienen el frescor y el punto picante del jengibre.

‘Mocktails’: Son los cócteles sin alcohol, que imitan a los tradicionales, y siguen la estela del célebre San Francisco (que solo lleva zumo de naranja, limón, piña, granadina y hielos picados). En inglés los etiquetan como virgin cocktails (bebidas vírgenes) y son una tendencia al alza. Hoy encontramos versiones de los cócteles más populares "vírgenes", o clásicos "sin" como el Shanghái o el St. Clemens.

Mojito, caipirinha y michelada ‘sin’: Otras de las recetas convertidas en vírgenes. Se les añade gaseosa, refresco de soda, agua con gas, o cerveza de jengibre, en vez de ron, cachaça, o cerveza normal, y llevan las frutas o hierbas aromáticas propias del original. Si bien se alejan de la potente naturaleza alcohólica de estos combinados, terminan siendo unos cócteles de frutas agradables. Un procedimiento similar es el que se puede usar para hacer la sangría sin alcohol (utilizando, por ejemplo, gaseosa) o en la elaboración de bebidas con amargo de angostura.

Kombucha y tés helados: El té lleva milenios siendo la bebida de confraternización social, especialmente en Oriente. Las versiones de té helado son refrescantes y energéticas, muy populares en los Estados Unidos o Inglaterra. Puede convertirse además en la base de ‘mocktails’. En los últimos años, está ganando nombre una bebida tradicional de origen asiático llamada kombucha. Es oriunda de China y Japón. Se trata de una variedad de té verde o negro fermentado con bacterias, con mucho sabor, ácido y endulzado, un poco efervescente, que puede elaborarse en casa. Otra infusión, muy popular en el Cono Sur, es el mate, salida de las hojas de la yerba mate, que posee un efecto estimulante similar al del té o el café.

Zumos, batidos y ‘smoothies’: Los hay de todos tipos y colores, y aprovechan la amplia variedad de frutas y vegetales disponibles. Suelen ser bebidas cremosas a base de vegetales que pueden mezclarse también con leche animal o vegetal. En función de los ingredientes tendrán unas propiedades u otras, aunque si se usan frutas, se debe tener en cuenta que se pierde el contenido de fibra y causan subidas de azúcar.

Agua con sabores: La llaman la alternativa saludable a los refrescos, y puede ser elaborada en casa. Una buena forma de hidratarse sin castigar el cuerpo y el paladar. Básicamente, se trata de aromatizar el agua con hierbas, frutas o especias (limón, lima, manzana, aloe vera, coco, flor de Jamaica, tamarindo, etc.).

Bitter Kas sin alcohol: Como el mosto, el ‘Bitter sin’ fue una alternativa al alcohol muy popular en los aperitivos de la década de los ochenta. De color rojo y un sabor muy característico, está basado en las bebidas bitter centroeuropeas (bebidas alcohólicas aromatizadas con esencias de hierbas y que tienen, como su nombre indica, un sabor amargo). Su fórmula es secreta y está hecha a base de distintas plantas.

Bebidas de lichi, ‘golden milk’, batido lassi, y otros exotismos: Oriente es conocido por sus especias y frutas, y también por las bebidas que nacen de ellas. Cócteles o limonadas de lichi, el gustoso lassi indio (batido de yogur y mango) el té chai, o el golden milk (leche aromatizada de canela, cardamomo, jengibre, cúrcuma y miel).

Granizados, horchatas y leches merengadas: Junto al agua de cebada (típica en Levante), son las bebidas clásicas del verano, tradicionales y ricas, aunque también suelen ir bien cargadas de azúcar.

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