Traducción inversa

Taurinos, caníbales y catalanes

  Es un espectáculo fascinante contemplar a los partidarios de la "fiesta" taurina defendiendo su derecho a maltratar animales como el último reducto de la libertad individual. Se rumorea incluso que habrían sido ellos los autores del robo de ese rótulo dantesco que recibía a los prisioneros en Auschwitz (Arbeit macht frei: "El trabajo nos hace libres"), para sustituirlo por el más propio y castizo Torear macht frei. Se comprende, claro, que no les haya sentado nada bien que el Parlament de Catalunya tomara en consideración una iniciativa para prohibir la lidia.

  En todo el mundo se relaciona popularmente a la cultura española no con sus escritores, sus músicos o sus científicos, sino con el aquelarre primitivo de un tipo hundiendo un sable en el lomo de un toro. A mí también me fascinaba aquella historia del caníbal alemán que se citó con su víctima por internet y luego se la comió, empezando primero por el pene y luego cuerpo arriba. ¡Ah qué arte, qué emoción estética, qué orgasmo liberal de los sentidos! Pues que declaren el canibalismo epítome de la Cultura Alemana.

  Se preguntaba Elias Canetti: "¿Tienen los animales menos miedo porque viven sin palabras?". El animal, en efecto, es aquella parte de nosotros mismos no sometida al logos y, por eso mismo intranquilizadoramente humana. Suprimir el maltrato animal es irrenunciable. Que lo haga Catalunya en primer lugar sólo corrobora se posición avanzada en el terreno de la modernidad y por eso concita, una vez más, el odio unánime de la derecha y de una parte de la izquierda irreductiblemente carpetovetónica. Pues que les pongan las banderillas a ellos.

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