Traducción inversa

Camus y los oportunistas


  Como a Albert Camus se le ocurrió morirse en un accidente de coche un 4 de enero de 1960, en estos días se conmemora su cincuentenario. De todas las iniciativas ad hoc, la más pintoresca es la de Sarkozy, empeñado en convertir al autor de El mito de Sísifo en un emblema nacional –y, de paso, colarlo en el Panteón.

  A Camus se le contrapone habitualmente con Jean Paul Sartre. Se supone que Camus es el bueno y Sartre el malo, es decir, precisamente lo contrario de lo que se pregonaba en aquellos años en que el estrábico autor de La náusea era el amo del cotarro, el más popular de los intelectuales franceses de posguerra. ¿Cuál es el problema? A mí también me gusta más Camus que Sartre, pero me parece un poco falsa esa dicotomía radical que encumbra a unos para denigrar a otros, según soplen los aires políticos y culturales.

  La cosa tiene su interés, porque 2010 también es el centenario de Lev Tolstói, fallecido un 20 de noviembre de 1910 en la estación ferroviaria de Astápovo. No tardarán los aspirantes a mandarines en recordarnos que Tosltói es "bueno" porque supo captar los matices de la sociedad de su tiempo, mientras que Dostoievski, por ejemplo, se hundía en degradaciones psicologistas aptas ya sólo para posfreudeanos demodées.

  Así es como funcionan las cosas: o eres de Camus o de Sartre, de Tolstói o de Dostoiewski. O aún, en un extremo mucho más inquietante, de Quevedo o de Góngora, como si sólo se pudiera seguir una fe llevada a sus más imposibles extremos.

  Pero no hay que preocuparse: Camus es tan grande que sobrevivirá a las adulaciones de esos pequeños oportunistas de la cultura.

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