Traducción inversa

Sexo, soledad, amor

Se nos murió la semana pasada Maria Schneider, la inolvidable Jeanne de El último tango en París. Es curioso cómo este denso film, quizá el mejor de los firmados por Bernardo Bertolucci, no sólo no ha envejecido, sino que, con el tiempo, se ha convertido en un pequeño clásico. No esperemos, claro, seguir viendo en él nada de aquel halo de escándalo erótico que lo envolvió en su época: hoy en día escenas como la sodomización con mantequilla –sin quitarse la ropa, eso sí- nos hacen sonreír, aunque también es cierto que debió ser mucho más impactante en la penumbra de una sala de cine en el Perpiñán de 1972.

Si Schneider aportó al proyecto su candor virginal, Marlon Brando nos brindó una interpretación legendaria. Renaciendo de sus cenizas, cuando ningún estudio quería saber nada de sus fracasos, volvió a demostrar por qué era el mejor actor de su generación. Sólo él sabía convertir el imperceptible movimiento de  los  músculos del rostro en una peripecia dramática emotiva y trascendental. Sólo él podía transformar el papel del viudo Paul en trasunto de su propia biografía, y explicarnos algunos extremos de la soledad convirtiéndolos en una íntima radiografía.

El hombre que dijo (en el volumen autobiográfico Canciones que me enseñó mi madre) "no entiendo la vida, pero a pesar de eso la vivo intensamente", el macho desorientado de virilidad laberíntica, encontró en El último tango en París un papel a su medida, y en Maria Schneider una partenaire tan inocente como desinhibida. Quisieron explicarnos algo sobre el amor, pero mejor si no nos damos por aludidos.

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