Traducción inversa

Una iglesia inconcebible

  Lo repartía este periódico el viernes pasado, así que aproveché para ver el documental de Lluís Danés "Llach: la revolta permanent". Como probablemente sabrán, la película rememora los hechos del 3 de marzo de 1976 en Vitoria, cuando la policía reventó una concentración pacífica de trabajadores, refugiados en una iglesia, provocando cinco muertos y un centenar de heridos. Lluís Llach, el gran cantautor catalán, se inspiró en esta masacre para componer uno de sus títulos más emblemáticos, Campanades a morts, el gran oratorio de la Transición. Como yo, creo que muchos convertimos la primera audición de esta soberbia pieza en un tesoro hipodérmico. 

  Pero me gustaría hablar de otro asunto. El documento está ahí, a disposición de todo el mundo, y sólo hay que ponerlo sobre la lengüeta de nuestro DVD para que vuelva a aparecer Manuel Fraga (entonces ministro de Gobernación) con su chulería joseantoniana, la sensibilidad de Llach o el dolor imborrable de las víctimas. ¿Se han fijado ustedes, sin embargo, en que los trabajadores de Vitoria se refugiaron en una de sus iglesias? ¿Se imaginan ahora una situación semejante? ¿Qué iglesia acogería a unos obreros en lucha por sus derechos? ¿Qué sacerdote se enfrentaría a la policía para proteger a manifestantes? ¿Cuántos estarían dispuestos a ir a la cárcel –como bajo la dictadura- por defender la libertad de expresión, la pluralidad política o el sistema democrático?

  Todo lo que ha ganado este país en treinta años lo ha perdido la Iglesia. Hemos pasado de la tolerancia de mi paisano Vicente Enrique y Tarancón al gesto hosco de Rouco Varela. Y así nos va.

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