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La presencia española en Afganistán

Hace pocos días, el 6 de agosto, este diario abría su portada con el siguiente titular: "Para qué sirve estar en Afganistán". El interrogante, desafortunadamente, cobra desde ayer más fuerza a raíz del asesinato de dos guardias civiles y un traductor españoles a manos de un talibán y la posterior revuelta de una muchedumbre afgana contra la antigua base española de Qala i Naw. El contingente español destinado en el país asiático ha tenido siempre la convicción de contar con la simpatía de la población local; pero ello, como trágicamente se acaba de demostrar, no garantiza la seguridad de la tropa. Mucho menos en un momento en que la violencia se ha recrudecido en todo el territorio, poniendo en entredicho los supuestos éxitos de la operación militar aliada.

Más allá de las manifestaciones de dolor, el suceso de ayer debería servir – si cabe la palabra– para abrir una reflexión urgente sobre la presencia española en Afganistán. Resulta evidente que la operación militar, en la que intervienen más de 140.000 militares de una cuarentena de países, ha derivado en un caos donde confluyen un gobierno títere corrupto, millonarios negocios petrolíferos, unos rebeldes talibanes cada vez más fuertes, el persistente sometimiento de la mujer y numerosos excesos de los ocupantes que sólo consiguen aumentar la desafección de la población. Con independencia del debate sobre si esta operación era o no legítima en su origen, en las actuales circunstancias sólo hay dos opciones: retirarse de inmediato o exigir un replanteamiento radical, siempre con la retirada en perspectiva.

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