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Hablemos de Dios y de literatura

Ignoro si existe o no un ser superior que creó el Universo y que rige el destino de los mortales. Carezco de pruebas en uno u otro sentido, por lo que dejo ese debate en los territorios de la especulación filosófica, la fe o la superstición. De lo que no tengo duda es que Dios, como tal, es el personaje literario más complejo que se haya concebido, por encima de Rodion Raskolnikov, Hamlet o Gregorio Samsa. Quien tenga paciencia para leer con atención y sin prejuicios religiosos la Biblia, asistirá a una lección magistral sobre la creación de un personaje poliédrico, mucho más rico en matices que esos seres artificiosos y lineales que pueblan las novelas modernas.
Dios se debate permanentemente entre la cólera y la piedad. En ocasiones se digna hablar directamente con algún coprotagonista; otras veces se le manifiesta de modo fantasmagórico, como Prudencio Aguilar a José Arcadio Buendía en Cien años de soledad. Prohíbe a Adán y Eva que coman del árbol de la Ciencia del Bien y el Mal por temor a que se igualen a él; después muestra su vulnerabilidad cuando no encuentra de buenas a primeras a Adán y se ve obligado a preguntarle por su paradero. Cierra puertas de arcas; disfruta con el aroma de guisos. Su personalidad múltiple lo lleva a utilizar varios nombres, como Elohim –que con su elocuente sufijo plural im revela restos de politeísmo– o Yavé, cuando ejerce como deidad nacional. El zoroastrismo persa modificó notablemente su carácter durante el exilio judío en Babilonia.

Quizá lo que más interesante de esta figura literaria es que fue fruto de una creación colectiva, en la que intervinieron las más variadas manos a lo largo de siglos. En su delicioso opúsculo Moisés y la religión monoteísta, Sigmund Freud desarrolla con lucidez la vieja hipótesis de que el primer creador de Dios fue el faraón egipcio Amenófis IV, que lo bautizó Atón. Tras la muerte del faraón, uno de sus seguidores, Moisés, huyó con un grupo de acólitos a Canaán, con el personaje recién creado bajo el brazo, y procedió a desarrollarlo.
"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida", dice el lema de una singular campaña que asociaciones ateas emprenden mañana en Barcelona. Dios existe como personaje literario; así lo concibo yo. Ni le rezo, ni le pido favores, ni le encomiendo mi alma, como no lo hago con ninguno de sus compañeros del mundo de la ficción, ni siquiera con Madame Bovary.

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