El óxido

La caja de Pandora

Los Estados del Bienestar occidentales han vivido atrapados en una tensión permanente entre estabilidad y transformación que se ha saldado siempre a favor de la primera. Las democracias liberales gustan poco de grandes cambios que pongan en riesgo la tan manida estabilidad institucional a la que los grandes partidos con vocación de gobierno suelen hacer referencia. En España esta situación resulta particularmente significativa por la juventud de nuestra democracia que, a pesar de serlo, se percibe como esclerotizada por una parte de los ciudadanos.  No es poco habitual escuchar a lideres de PP y PSOE  exigirse mutuamente "sentido de Estado" para referirse a la voluntad de preservar el statu quo. Pero la crisis económica en España parece haber tirado por la borda algunos de los pactos tácitos generados en la Transición y durante los primeros gobiernos socialistas sobre la necesidad de un amplio consenso para transformar cualquier aspecto fundamental de la joven democracia española.

Los primeros meses de gobierno conservador han puesto en cuestión aquellos acuerdos implícitos. Si de algo no se puede acusar a Rajoy es de inmovilismo. Ha emprendido en solitario la mayor reforma del Estado en todos sus aspectos de los últimos 30 años. Solo que en este caso se trata de una transformación regresiva que tiene como consecuencia, y tal vez como objetivo, un deterioro en las condiciones de vida de una parte muy significativa de la sociedad. Y por supuesto no hay mayoría absoluta que legitime tal cosa. La crisis económica aparece como un elemento justificador de unas reformas que se venden como coyunturales pero que estaban mucho antes de la crisis de Lehman Brothers en el mismísimo ADN de la derecha.

A medio y largo plazo el escenario es bastante desesperanzador. En el peor de los casos, y también el más probable, el deterioro del Estado del Bienestar será irreversible. al menos durante varias décadas. Y en el menos malo de los casos la estabilidad institucional podría dar paso a un periodo de reformas y contrarreformas según el signo político del gobierno de turno, como ocurriera en buena parte de la historia contemporánea de España; desde la época de las Cortes de Cádiz hasta la Guerra Civil.

Sería necesario en todo caso una mayor audacia de los socialdemócratas europeos. Por ahora las expectativas generadas por una virtual victoria de Hollande tienen más de fe que de ciencia. Pero sigue siendo nuestra última esperanza, aquella que se encuentra en el fondo de la caja de Pandora abierta por la crisis. Y en cualquiera de las hipótesis de futuro existe un peligro real: el ascenso del populismo. Los resultados de Marine Le Pen en las elecciones francesas tiene que ser vistos como una señal de alarma de lo que puede ocurrir en Europa. Si la vieja política ya no vale, bien sea por un retroceso muy significativo del Estado del Bienestar o por la inestabilidad que pudiera generar la alternancia de grandes reformas en uno y otro sentido, el saldo puede ser una victoria de quienes pescan en río revuelto con mensajes mesiánicos. Y resulta imposible no pensar en la Europa de hace ochenta años y en sus nefastas consecuencias.

Pandora. Vasija

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