El óxido

Europa sí, Europa no

Una de las consecuencias más nocivas de la crisis económica ha sido la erosión de la idea de Europa como comunidad política. Una buena parte de los ciudadanos del viejo continente entienden hoy que Europa no solo no es la solución sino que además es parte del problema. Los resultados de la primera vuelta de las presidenciales francesas y de las legislativas griegas son un buen ejemplo de ello. El euroescepticismo ha ganado terreno más allá de los países anglosajones y se extiende como la pólvora por la Europa continental. Incluso en los países del Este un sector de la sociedad ha vuelto los ojos hacia Rusia en vista de las promesas incumplidas de modernización que venían de Bruselas. Y Turquía parece asumir que no avanzará en la dirección de la integración y ha empezado a poner la mirada en un Oriente Medio que aspira a liderar.

Hasta ahora España estaba vacunada de este fenómeno. A diferencia de los países del Este, a este lado de los Pirineos la integración en la UE se vincula ineludiblemente con la modernización de los años noventa y con los fondos estructurales que la hicieron posible. Pero nada asegura que esta situación se perpetúe en el tiempo, toda vez que el deterioro del Estado del Bienestar español viene de la mano de la austeridad fiscal y de la obsesión por el control del déficit en la Unión Europea. No sería descartable el surgimiento de una nueva generación de españoles euroescépticos.

El directorio franco-alemán se ha cargado en apenas unos años lo poco o mucho que había de positivo en la construcción europea de la década de los ochenta y de los noventa. Es cierto que aquel proceso puso la mirada en la política económica y despreció la legitimación democrática de las instituciones de la UE. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Las elecciones al Parlamento Europeo parecen hoy una broma de mal gusto en una estructura política con un gobierno de facto de Francia y Alemania que durante los últimos tiempos ha sido insensible ante las dificultades que atraviesan los ciudadanos por culpa de la crisis. No solo somos más pobres sino que además tenemos menos capacidad de decisión.

La victoria de Hollande en Francia y la más que previsible derrota de la CDU de Merkel en la elecciones alemanas del próximo año pueden cambiar ese escenario. Con un poco de suerte se relajará la disciplina fiscal y se compaginará con estímulos al crecimiento. Los socialdemócratas europeos tendrán que demostrar algo más de audacia para dar un giro a la política económica asfixiante de los últimos tiempos. Pero por si solo esto no soluciona el problema de fondo que supone la relación de desconfianza y recelo de los ciudadanos hacia las instituciones europeas. La Unión Europea no ha sabido encontrar un buen encaje entre los Estados-nación como ámbito tradicional de soberanía y las nuevas instituciones comunitarias necesitadas de legitimación democrática. A Europa le sobra potestas y le falta auctoritas.

El reto de los líderes europeos de los próximos años, más allá de la crisis, será avanzar en la construcción de una identidad europea vinculada a conceptos como ciudadanía y democracia. Una identidad sustentada en lo racional que tendrá que convivir con esa otra identidad prerracional que es la de las naciones. Tendrán que comprender que el euro no hace europeos. Más bien todo lo contrario. Una política económica común sin unas instituciones legitimadas democráticamente que la avale es una alfombra roja para la destrucción europea, no para su construcción.

La imagen que ha proyectado Europa en los últimos años ha sido la de los mercados y no la de los ciudadanos. Grecia puede dar buena cuenta de ello. Pero la unión de los europeos sigue siendo un proyecto necesario en una región del planeta que ha vivido dos guerras mundiales y varios genocidios en los últimos cien años. Entre la Europa de Merkozy y la de los euroescépticos puede y debe haber una tercera vía hacia una profundización de la democracia, de la solidaridad, de los derechos y del bienestar entre las sociedades del viejo continente. Se trata de pensar, como ya hiciera Kant, en una paz perpetua que rescate los mejores valores de la Ilustración. Una Europa por y para los ciudadanos.

Bandera-UE

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