El óxido

Mirái como vengo yo

Ser asturiano en ocasiones es un orgullo y otras veces una condena. Eso lo sabemos todos los que nacimos al norte del Túnel del Negrón, en la autopista del Huerna, en el lado en el que siempre llueve y está nublado. Somos muchos los jóvenes que hemos tenido que abandonar nuestra tierra porque tuvimos la mala suerte de nacer en una de las comunidades autónomas más castigadas por la reconversión industrial de los años 80. Vimos como se cerraban astilleros, siderurgias y pozos mineros y como se prometía que todos los puestos de trabajo perdidos se compensarían con otros de nueva creación y más acordes con unos tiempos donde la clase obrera estaba demodé. Evidentemente jamás ocurrió tal cosa.

Soy de la opinión de que ninguna persona debería trabajar a cincuenta metros bajo tierra aspirando polvo de hulla. No quiero que ningún asturiano vuelva a dejarse la vida en esos cementerios negros que son los pozos mineros. Probablemente lo mejor que le podría pasar a las cuencas mineras sería el cierre definitivo de los pocos pozos que aun sobreviven. Pero lo peor que le podría pasar a esas mismas cuencas mineras es perder un sector productivo que para bien o para mal sigue siendo la columna vertebral de esas comarcas asturianas que el gobierno pretende condenar a la miseria.

Todos llevamos años escuchando lo poco competitivo que es el carbón asturiano y las subvenciones que recibe para su producción. Se ha desplegado una campaña orquestada para legitimar socialmente el cierre de la minería. Pero una mentira repetida no se convierte en verdad como por arte de magia. La minería recibe subvenciones, si, pero muchas menos que otros sectores de la economía española, empezando por la banca. A cualquiera mínimamente informado le indignará la confusión deliberada entre Fondos Mineros, destinados a la modernización de infraestructuras y a la creación de nuevos yacimientos de empleo, y ayudas a la producción, cuya cuantía de apenas 200 millones de euros es calderilla al lado de los 100.000 millones que se pretende inyectar en el sector financiero. Habrá que recordar a quien dice que la minería es un pozo sin fondo que en el año 2008, en pleno estallido de la crisis, Hunosa tuvo un déficit de poco más de un millón de euros sin tener en cuenta las ayudas estatales, una cifra ridícula para una empresa pública que emplea a más de 3000 personas.

Nada se dice de los informes de organismos internacionales que hablan de un aumento del uso del carbón del 65% en los próximos años. Ni de la importancia como sector estratégico de la minería en un país sin petróleo ni gas y en una Unión Europea en la que el 30% de la producción energética procede del carbón. Las reservas mundiales de este mineral, según todos los estudios, suponen el triple que las del petróleo y el doble que las del gas y durarán al menos un siglo más que las de estas materias primas, procedentes además de países con fuertes inestabilidades políticas. No en vano grandes fortunas como Warren Buffet o Bill Gates están invirtiendo en carbón ante la recobrada importancia de este mineral en la economía global.

Pero más allá de la supervivencia de las instalaciones mineras, lo que se está jugando en este conflicto es el futuro de unas comarcas que han sido especialmente agredidas por unas políticas de desindustrialización que han olvidado que tras los números hay personas y que la economía tiene que estar al servicio del bienestar y no solo de los beneficios. Estos días aparecen en televisión imágenes que no son nuevas para los asturianos: trabajadores encapuchados poniendo barricadas en la Autopista del Huerna. La misma autopista que muchos jóvenes tuvimos que recorrer en dirección al Sur sin que nadie nos explicara por qué nuestra tierra, que había sido uno de los focos productivos más importantes del país, se ha convertido en un desierto verde del que un día tuvimos que exiliarnos. Y muchos de nosotros, al bajarnos del Alsa en la madrileña Estación Sur de Autobuses, dijimos aquello de "mirái como vengo yo".

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