Fuego amigo

El fin de los tiempos

Ha llegado el fin de los tiempos. Lo ha dicho el profeta Mariano ayer en rueda de Prensa, después de reunirse con Zapatero detrás de una zarza ardiendo. "Estamos en una situación límite" (...) "una situación crítica" (...) "el tiempo se terminó". ¿A que acojona?

Pero ahí no queda la cosa. Si todavía no se te ha helado el corazón, he aquí su receta para la salvación de España: "lo que hay que hacer es decidir, gobernar... ejecutar". ¿Ejecutar? Cada vez que escucho ese verbo, un verbo polisémico, en boca de la derecha se me pone la tensión por las nubes.

De la reunión de Mariano ayer con el presidente del resto de los españoles hemos sacado una vieja conclusión: que la reunión, una vez más, era completamente inútil. Todo lo que le dijo a Zapatero en la intimidad "lo llevamos demandando desde hace dos años". Así que era una tontería reunirse.

En cualquier caso, Mariano tuvo la gentileza de resumir, a su manera, su receta mágica ante los periodistas duros de oído que no acabamos de enterarnos. Rebajar el déficit público; reestructurar el sistema financiero (no os hagáis ilusiones, no se trata de liquidar el motor del sistema capitalista sino de reforzarlo) con la reforma de la Ley de Cajas; y reformar el mercado laboral.

Hay acuerdo para los dos primeros puntos, pero en cuanto al tercero, el fantasma del mercado laboral, sigue sin mover ficha. Ha reconocido haberse presentado a Zapatero como alternativa de gobierno, por si el presidente tuviese a bien adelantar las elecciones, como pedía ayer González Pons, pero una vez más no suelta prenda sobre qué es eso de la reforma del mercado laboral. Nos sabemos la música machacona de memoria, pero la letra, como la canta entre dientes, no hay manera de entenderla.

Sigue mareando la perdiz con el asunto. Y si no hay reforma del mercado de trabajo, no hay salvación. Es decir, hay que ejecutar.

Acojona, ¿verdad?

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Meditación para hoy:

La oración es un comodín. Sirve para agradecer los favores recibidos del cielo, para rogar por el alma de los seres queridos que el cielo se llevó por delante sin piedad, o para implorar al cielo que deje de enviar más castigos divinos, que ya está bien, dios mío. Sirve para un roto y para un descosido.

Cuando los cruzados caían en oleadas sobre Jerusalén, lo hacían al grito de oración de "Dios lo quiere", el dios de los cristianos, por supuesto, hasta que fueron expulsados porque otro dios lo quería así, el dios de los infieles que mantenía con el otro una lucha de prestigio sin cuartel. Cualquiera de los dos bandos sabía que el dios del enemigo era más falso que Rajoy, con lo que cada divinidad distinguía desde arriba a los suyos sin problemas.

Pero el oficio de dios no es tan sencillo. Para empezar, tiene que entender de fútbol, una de las razones por las que yo nunca me presentaría a unas oposiciones a dios. Los futbolistas de los dos bandos contendientes tienen la costumbre de saltar al campo persignándose y murmurando oraciones, indulgencias, mercedes y goles al mismo dios. ¡Al mismo dios! ¿Qué hacer, hombre mío? (los dioses nunca pueden exclamar "dios mío", porque son absurdos pero no tontos). ¿A cual de ellos favorezco? ¿A quien le pito un penalti?

Y como Dios es más listo que dios, ha dejado la labor de repartir suerte a su madre y a los santos, una corte celestial de conseguidotes con un atasco de problemas que ríete tú del sistema judicial español. El presidente del Betis le pone capillita a la Virgen, como los toreros, y el presidente de la CEOE, Díaz Ferrán, acude a Santiago en peregrinación para rogar ante la tumba del apóstol que salve las empresas que él no supo gestionar.

Y por ahí no paso. Vale que un truco de la Virgen pueda hacer ganar la Liga al Betis. Pero no es justo que le dejen lo más difícil a mi apóstol Santiago.

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