Fuego amigo

Trastornos de poder

Recuerdo aquel mitin bochornoso en que el hombrecillo insufrible bromeaba con una militante sobre el tamaño y la calidad de sus partes pudendas (las de Aznar, no las de la pobre señora, aunque no sé si la señora era pobre, la verdad). Todos rieron a carcajadas la ocurrencia porque a la derecha testicular le encanta hacer chascarrillos sobre la mejor parte de su cerebro. El otro día, a una periodista de televisión que le hizo una pregunta comprometida, después de firmarle un ejemplar de su libro le devolvió el bolígrafo introduciéndoselo en el escote. La chica no entendió la gracia machista, yo tampoco, pero seguro que la tiene porque su cara de macho insufrible se le iluminó con esa sonrisa inteligente que sólo él sabe poner en los momentos trascendentales.
Yo tengo la teoría de que no es tan tonto como se empeña en hacernos creer, quizá para zafarse de sus responsabilidades. Creo, de verdad, que el peso de las obligaciones de Estado es tan inmenso que sólo puede ser soportado sin grandes desperfectos de ánimo por sujetos de mente equilibrada. El poder crea una falsa percepción del mundo, pues la realidad le llega filtrada, como una lente que rodea al sujeto, que poco a poco va engordando al tiempo que crece la deformación de la visión de la realidad. Mientras tienes el poder, todo va bien, pero cuando lo pierdes y sigues conservando la lente deformante como si nada hubiese cambiado, haces el ridículo.

Yo fui testigo cercano de este efecto deformante que os cuento. Tuve un compañero en televisión al que le dieron un programa en horario estelar. No os voy a dar el nombre, no insistáis. Unos días antes de su estreno en antena me dijo muy solemne: "Manuel, si ves que con el tiempo la fama se me sube a la cabeza, júrame que me lo dirás". Se lo prometí. No se lo juré porque jurar es poner a dios por testigo, y como no existe, sería trampa por mi parte. Pasados varios programas, con el consiguiente aumento de su celebridad, se lo dije: "Se te está subiendo a la cabeza. Te lo estás creyendo". Desde aquel día dejamos de ser amigos, la realidad no encajaba con su realidad transmitida a través de la lente que se había ido construyendo. A partir de entonces abrigo la sospecha de que la diferencia entre una persona normal y un idiota es la fama. Pero no me atrevo a asegurarlo categóricamente porque conozco infinidad de idiotas completamente desconocidos para el gran público. A mí, sin ir más lejos, no me conoce nadie.
Otra de las consecuencias de ver el mundo a través de esa lente deformante es que su comportamiento se vuelve errático, como le ha ocurrido al jefe del Estado israelí, Moshé Katzav, que está denunciado por una supuesta violación de su ex secretaria y por abusar de otras nueve mujeres. El macho ibérico diría que lo que le pasa a Katzav es que es "un picha brava", como el señorito que creía tener derecho de cama sobre las criadas de la casa. Es algo natural, en la vida salvaje se llama "macho dominante", y nadie puede ser más macho que un jefe de Estado.
Bueno, la versión del presidente ruso, Vladimir Putin, es mejor todavía. Un micrófono que debería estar apagado, recogió esta conversación con el primer ministro israelí Ehud Olmert: "Transmitan mis saludos a su presidente. ¡Vaya machote! ¡Violar a una decena de mujeres! No lo esperaba de él. Nos ha sorprendido a todos. Todos le tenemos envidia". Vale, concedo que no era más que una gracia, pero da una medida cabal del sujeto. Quizá explique un poco mejor, como denuncian las organizaciones de derechos humanos, el estado deplorable en que se encuentran las libertades democráticas en su país.

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