Fuego amigo

El fútbol en tiempos del cólera

Cuando España se la jugaba el otro día contra Rusia en la Eurocopa de fútbol, una ola de calor abrasaba el país desde Canarias a Finisterre, pero nadie hablaba del tiempo y de la madre que parió al anticiclón. El euríbor, el IPC adelantado de junio y el precio del petróleo continuaban su marcha triunfal, pero nadie hablaba de economía. ¿Nadie?

Bueno, las radios y televisiones hacían un pequeño paréntesis, no sin cierta desgana, para hablar de esas tonterías. Pero inmediatamente retomaban el hilo de nuestras verdaderas preocupaciones, la pierna de Villa, el estado de ánimo de nuestros jugadores, el gafe de Zapatero en el palco del estadio, el talismán del rey como contrapeso, la juerga inagotable de miles de españoles que pidieron por el morro su correspondiente baja por enfermedad para poder ir a Viena...

En ese minúsculo paréntesis informativo, las declaraciones acerca de la catástrofe que planea sobre nuestra economía, por boca de los dirigentes del Partido Popular (lo suyo es patológico: ni aún ayer parecían enterarse de que el Partido estaba en otra parte), sonaban todavía más a aguafiestas, como la voz de los predicadores que no soportan nuestra felicidad en el valle de lágrimas que han diseñado para torturarnos psíquicamente.

El recién ascendido a predicador, Javier Arenas, se sumó a la fiesta recordando a todos los aficionados, empezando por Manolo el del Bombo, que España atraviesa "la crisis más virulenta" que recuerda, oé, oé oé.

También aparecían en ese paréntesis las declaraciones de María Dolores de Cospedal, resucitando la teoría de la conspiración del 11-M en la COPE (en esa radio juegan su particular EuroCOPE), pagando de esta manera no sé qué peaje al delincuente de las ondas. Quizá la promesa de que el PP volverá a su vieja oposición, para salvar así la cara a los conspiranoicos, a cambio de que dejen en paz a su Mariano.

Pero el fútbol los laminó a todos. Funcionó como un pegamento de ilusión colectiva que serviría para soldar los trozos de los platos rotos por los crispadores de la pasada legislatura. Durante todos estos días pasados ayudó al abrazo común sin preguntar al vecino si era de derecha o de izquierda, si marianista o aguirrista, si homosexual o heterosexual, si vasco o sevillano. La gente fue feliz a pesar del Apocalipsis.

Esa es la grandeza del fútbol, que tiene también las propiedades de los prismáticos para contemplar la realidad: si ganas, como ayer, es como si miraras el mundo con ellos al revés, donde la economía familiar y el se rompe España quedan allá lejos, como problemas insignificantes. Pero si pierdes, toman la forma de un telescopio, donde cualquier meteorito adquiere dimensiones de roca inmensa a punto de colisionar con la Tierra.

Ni los piquetes de la extrema derecha que días pasados intentaron esparcir su baba xenófoba y homófoba infiltrados entre las masas de seguidores de la selección, ni los fascistas abertzales que agredían a otros jóvenes vascos por el atrevimiento de estar celebrando la victoria española sobre Rusia, ni ningún cenizo consiguió romper ese sentimiento de pertenencia al grupo ganador cuando la selección española se alzaba ayer con la copa ante la escuadra alemana.

Os escribo pasada la medianoche. Desde mi ventana oigo el jolgorio de gente y cláxones en una celebración que me temo va a durar hasta la madrugada. Que disfruten de la fiesta, que siempre dura poco la alegría en la casa del pobre.

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